Semana tres de la intervención rusa en Siria: el retorno de la diplomacia

El fin de la Guerra Fría le dio la bienvenida a una nueva era de paz y seguridad en la que las espadas se convertirían en arados, los antiguos enemigos en amigos, y el mundo sería testigo de un nuevo amanecer de amor universal, paz y felicidad. Por supuesto, nada de eso pasó. Lo que ocurrió fue que el Imperio Anglosionista se convenció a sí mismo de que había “ganado la Guerra Fría” y que ahora era el que mandaba. Sobre el planeta entero, ni más ni menos. ¿Y por qué no? Había construido entre 700 y mil bases militares (dependiendo de su definición de “bases”) en todo el mundo y había divido al globo en varias áreas de responsabilidad exclusiva llamadas “comandos”. La última vez que un poder reunió la megalomanía necesaria para distribuirse partes del planeta en diferentes comandos lo hizo el papado en 1494 con su infame Tratado de Tordesillas.

Y para dejar el punto abundantemente claro, el Imperio decidió dar un ejemplo y desencadenó todo su poder sobre la pequeña Yugoslavia. Yugoslavia, miembro fundador del Movimiento de los No-Alineados fue despiadadamente atacado y desmembrado, creando una inmensa ola de refugiados, mayoritariamente serbios, que el mundo civilizado y democrático decidió ignorar. Además, el Imperio desencadenó otra guerra más, esta vez en Rusia, a la que el semicomatoso régimen Yeltsin contra lo que más adelante se convertiría en una parte esencial de al-Qaeda, Isis y Daesh: los wahabitas de Chechenia. De nuevo, muchos cientos de miles “refugiados invisibles” fueron resultado de esa guerra, pero también fueron inmensamente ignorados por el mundo democrático y civilizado, en especial con los rusos étnicos de Chechenia.

A Rusia le tomó una década completa para finalmente destruir a la insurgencia wahabita-tafkiri pero, eventualmente, Rusia prevaleció. Y para ese momento los Anglosionistas habían volcado su atención en otra parte: los “Estados profundos” de los Estados Unidos e Israel planificaron y ejecutaron en conjunto la operación de bandera falsa del 11/9, lo que les dio la excusa perfecta para delcarar una “guerra global contra el terrorismo” que básicamente le dio a los anglosionistas una “licencia para matar” à la 007, con la excepción de que en este caso el objetivo no era una persona, sino países enteros.

Todos sabemos qué vino después: Irak, Afganistán, Filipinas, Somalia, Etiopía, Sudán, Yemen, Mali, Pakistán, Siria, Libia y Ucrania; allí donde Estados Unidos estuvo en guerra, fuera oficialmente o de forma encubierta. El espectro iba desde una (pretendida) invasión completa de un país (Afganistán) al apoyo de varios grupos terroristas (Irán, Siria) al financiamiento y admnistración total de un régimen nazi (Ucrania). Estados Unidos también le dio su apoyo completo a los wahabitas en su larga cruzada contra el chiísmo (Arabia Saudita, Bahréin, Yemen, Siria, Irán). Lo que todas estas guerras tuvieron en común es que fueron todas completamente ilegales: Estados Unidos y cualquier “coalición de los dispuestos” ad hoc se habían convertido en un sustituto aceptable del Consejo de Seguridad de la ONU.

Aquí es importante recordarle de nuevo a todo el mundo -en especial a aquellos musulmanes que se regocijaron con el bombardeo a los serbios- que todo esto empezó con la destrucción completamente ilegal de Yugoslavia seguido de un bombardeo aún más ilegal a Serbia.

Por supuesto, el Imperio también sufrió nuevas y humillantes derrotas: en 2006, Hezbolá le infringió a Israel lo que podría considerarse como una de las derrotas militares más humillantes de la historia moderna, mientras que en 2008 una mínima fuerza de heroicos combatientes osetios, apoyados por un contingente militar ruso comparativamente pequeño (sólo estuvo involucrada una pequeña parte del ejército ruso) hicieron carne picada del ejército georgiano, entrenado y financiado por Estados Unidos: una guerra que terminó en cuatro días. Aún, por mucho, la primera década del siglo XXI atestiguó el triunfo de la ley de la selva sobre la legislación internacional y una justificación completa del antiguo principio de que “la fuerza hace a la razón”.

Lógicamente, estos también fueron los años en los que la diplomacia norteamericana dejó de existir. La única función de los diplomáticos norteamericanos se limitó a la entrega de ultimátums del tipo “obedezca o de lo contrario…” y el Imperio simplemente dejó de negociar sobre cualquier cosa. Diplomáticos experimentados y sofisticados como James Baker fueron reemplazados por psicópatas como Madelaine Albright, Hillary Clinton y Samantha Power, o por no-entidades mediocres como John Kerry y Susan Rice. Después de todo, ¿cuán sofisticada debería serse para amenazar, intimidar y entregar ultimátums? Las cosas se pusieron tan mal que los rusos se quejaron de “la falta de profesionalismo” de sus contrapartes estadounidenses.

En cuanto a los pobres rusos con su patética insistencia con que las normas internacionales deben observarse, se veían desesperadamente passé. Ni siquiera mencionaré aquí a los políticos europeos. Mejor caracterizados por el alcalde de Londres, Boris Johnson, que los llamó “grandes gelatinas invertebradas y protoplásmicas”.

Pero entonces, algo cambió. Dramáticamente.

El fracaso de la fuerza

De repente todo comenzó a salir mal. Cada una de las victorias estadounidenses de alguna forma se fueron convirtiendo en derrotas: de Afganistán a Libia, cada “éxito” estadounidense de alguna forma se había transformado a sí mismo en una situación en la que la mejor opción, cuando no la única que quedaba, era “declarar victoria y retirarse”. Esto exige la pregunta de rigor: “¿qué pasó?”.

La primera conclusión evidente es que las fuerzas de Estados Unidos y de los llamados “aliados” tienen muy poco con qué quedarse en el poder. Mientras que son países razonablemente habilidosos para invadir un país, rápidamente pierden el control de la mayoría del mismo. Una cosa es invadir un país, pero otra muy distinta administrarlo, ya ni hablemos de reconstruirlo. Resulta que la “coalición de dispuestos” dirigida por Estados Unidos fue incapaz de hacer que nada se lograra.

La segunda, que se volvió algo obvio, que el enemigo al cual se supone que derrotaba sólo se había replegado en realidad, y esperaba para regresar a vengarse. Irak es el ejemplo perfecto de eso: lejos de haber sido “derrotado”, el ejército iraquí (sabiamente) decidió irse en desbandada para luego regresar en la forma de una insurrección suní formidable que fue gradualmente convirtiéndose en Isis. Pero Irak no es un caso aislado. Lo mismo ocurrió prácticamente en todas partes.

Estarán aquellos que objetarán y dirán que a Estados Unidos no le importa controlar un país o si lo destruye, siempre y cuando el otro no llegue a “ganar”. Estoy en desacuerdo. Sí, Estados Unidos siempre preferirá la destrucción de un país a una victoria rotunda del otro lado, pero esto no significa que Estados Unidos no prefiera controlar un país de ser posible. En otras palabras, cuando un país se sumerge en el caos y la violencia, esta no es una victoria estadounidense, sino definitivamente una derrota.

Lo que se le escapó a Estados Unidos es que la diplomacia convierte el uso de la fuerza en algo mucho más efectivo. Primero, una diplomacia cuidadosa hace posible una coalición amplia de países dispuestos a apoyar acciones colectivas. Segundo, la diplomacia también hace posible el reducir el número de países que abiertamente se opongan a la acción colectiva. ¿Alguien recuerda que Siria en realidad envió tropas para apoyar a las norteamericanas contra Saddam Hussein durante la operación Tormenta del Desierto? Seguro, no hicieron ninguna difierencia, pero su presencia le dio a Estados Unidos la paz mental de que al menos Siria no se opondría abiertamente a la política norteamericana. Al lograr que los sirios apoyasen Tormenta del Desierto, James Baker se la puso bastante difícil a los iraquíes para argumentar que se trataba de una coalición anti-árabe, anti-musulmana e incluso anti-baasista (el partido de Saddam y de Al Assad) y permitó que Saddam Hussein fuera visto como completamente aislado (los iraquíes incluso comenzaron a lanzar misiles a Israel). Segundo, la diplomacia hace posible el reducir el monto general de fuerza empleado porque el “arrase instantáneo” no se necesita para demostrarle al enemigo que estás hablando en serio. Tercero, la diplomacia es una herramienta necesaria para alcanzar legitimidad, y la legitimidad es crucial cuando se involucra en un conflicto prolongado y extendido. Finalmente, el consenso que emerge de un esfuerzo diplomático exitoso previene el rápido erosionamiento del apoyo público para cualquier esfuerzo militar. Pero todos estos factores fueron ignorados por Estados Unidos y por la “guerra global contra el terrorismo” y las revoluciones de la “primavera árabe” que ahora alcanzaron una chirriante parada.

Un triunfo diplomático para Rusia

Esta semana vimos un verdadero triunfo diplomático para Rusia que culminó con las negociaciones multilaterales en Viena, reuniendo a los ministros de exteriores de Rusia, Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudita. El hecho de que esta reunión se haya dado inmediatamente después de la visita de Assad a Moscú, claramente indica que los patrocinantes de Daesh y al-Qaeda ahora están obligados a negociar bajo los términos de Moscú. ¿Cómo ocurrirá esto?

Lo he venido repitiendo como un mantra desde que la operación rusa comenzó en Siria: la fuerza militar rusa enviada a Siria actualmente es muy pequeña. Sí, una muy efectiva, pero todavía muy pequeña. De hecho, los miembros de la Duma (el parlamento) anunciaron que los costos de toda la operación probablemente quepan en el presupuesto habitual de defensa, que tiene importes colocados para “entrenamiento”. De cualquier forma, lo que los rusos han alcanzado con esta pequeña intervención es verdaderamente impresionante, no sólo en términos militares, sino especialmente en términos políticos.

No sólo al Imperio le ha tocado (de forma reticente) aceptar que Assad se quedará en el poder en el futuro previsible, sino que ahora Rusia está gradual pero inexorablemente construyendo una verdadera coalición regional que está dispuesta a pelear contra Daesh del mismo lado que las fuerzas gubernamentales sirias. Incluso antes de que comenzara la operación, Rusia ya tenía el apoyo de Siria, Irán, Irak y Hezbolá. También hay fuertes señales de que los kurdos están básicamente dispuestos a trabajar con Rusia y al-Assad. El viernes pasado fue anunciado que Jordania también coordinará una parte todavía no especificada de las acciones militares, y que un centro de coordinación especial se establecerá en Amman (la capital jordana). También existen fuertes rumores de que Egipto también se unirá a la coalición bajo dirección rusa. También hay señales de que Rusia e Israel están, sino trabajando en conjunto, al menos no trabajando el uno contra el otro: los rusos y los israelíes han creado una línea especial para comunicarse directamente entre ellos en el plano militar. En resumidas cuentas: independientemente de la sinceridad de los distintos participantes, todos en la región ahora sienten una fuerte presión para al menos no retratarse como contrarios al esfuerzo ruso. Eso, por sí solo, es un triunfo enorme de la diplomacia rusa.

La verdad: el arma secreta de Putin

La actual situación, por supuesto, es totalmente inaceptable para el Hegemón Global: no sólo la coalición de 62 países dirigida por Estados Unidos se las ha arreglado para dirigir 22 mil ataques con nada qué demostrar, mientras que la coalición rusa, comparativamente más pequeña, ha logrado desplazar completamente al Imperio y le ha negado sus planes. Y el arma más formidable empleada por Putin en esta guerra por delegación contra Estados Unidos ni siquiera fue una del orden militar, sino decir la verdad.

Tanto en su discurso ante las Naciones Unidas, y en el de su conferencia del Club Valdai esta semana que pasó, Putin ha logrado lo que ningún otro líder mundial antes de él se atrevió a hacer: calificó abiertamente de incompetente, irresponsable, mentiroso y terminalmente arrogante al Imperio norteamericano. Esta clase de “falta de respeto” pública tuvo un impacto importante a nivel mundial porque en el momento en el que Putin pronunciaba estas palabras casi todo el mundo sabía que esto era absolutamente cierto.

Estados Unidos sí trata a sus aliados como “vasallos” (revisar el discurso de Valdai) y es el principal responsable de todas estas crisis terribles que el mundo tiene que enfrentar (revisar el discurso ante la ONU). Básicamente, lo que Putin dijo fue que “el emperador está desnudo”. En comparación, el discurso soso de Obama fue patéticamente gracioso. Lo que estamos testimoniando es un vuelco impresionante. Después de décadas del principio promovido por Estados Unidos de que “la fuerza hace a la razón”, repentinamente nos encontramos en una situación en la que cualquier cantidad de poder militar es irrelevante para un atormentado Obama: ¿cuánta utilidad tienen doce portaviones cuando personalmente pareces un payaso?

Después de 1991 parecía que el único poder que quedaba era tan poderoso e indetenible que nunca necesitó tomarse la molestia de considerar cosas menores como la diplomacia o el respeto a la legislación internacional. El Tío Sam se sentía como el único gobernante, el Hegemón Planetario. China sólo era un “Walmart gigante”, Rusia una “bomba de gasolina” y Europa un puddle obediente (este último, ay, es bastante cierto). El mito de la invencibilidad de Estados Unidos no era, por supuesto, más que eso, un mito: desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha ganado una sola guerra (Panamá y Grenada no califican). De hecho, el ejército norteamericano se desempeñó mucho peor en Afganistán que el sub-entrenado, sub-equipado, sub-alimentado y sub-financiado 40avo Ejército, que por lo menos mantuvo bajo control soviético las principales ciudades y carreteras, y que logró un desarrollo significativo en infraestructuras civiles (que Estados Unidos todavía usa en 2015). Sin embargo, el mito de la invenciblidad estadounidense solamente se terminó estrellando cuando Rusia le puso un freno en 2013 al evitar un ataque estadounidense a Siria a través de una mezcla de medios militares y diplomáticos. El Tío Sam estaba iracundo, pero no podía hacer nada más allá de desencadenar un golpe en Kiev y una guerra económica contra Rusia, ninguna de las cuales alcanzó sus objetivos.

En cuanto a Putin, en vez de sentirse persuadido por todos los esfuerzos norteamericanos, invitó a Assad a Moscú

La visita de Assad a Moscú como otro indicador de la impotencia norteamericana

La visita de Assad esta semana que pasó no fue nada lejos de extraordinaria. No sólo logró Rusia sacar a Assad de Siria y llevarlo a Moscú y luego de vuelta sin que la inflada comunidad de inteligencia norteamericana se diera cuenta de algo, pero contrario a la costumbre con la mayoría de los jefes de Estado, Assad habló cara a cara con algunos de los hombres más poderosos de Rusia.

Primero, Assad se reunió con Putin, Lavrov (el canciller) y Shoigu (el ministro de defensa). Hablaron por un total de tres horas (que, por sí mismo, es asombroso). Luego se fue incorporando Medvedev para una cena privada. ¿Y adivinen quiénes más se les unió? Mijaíl Fradkov, jefe del servicio extranjero de inteligencia, y Nikolai Patrushev, jefe del Consejo de Seguridad Ruso.

Normalmente, los jefes de Estado no se reúnen personalmente con personas como Fradkov y Patrushev, y, en su lugar, envían a sus propios expertos. En este caso, no obstante, el tema de discusión fue lo suficientemente importante como para que 1) Assad fuera personalmente al Kremlin, y 2) reunir a los principales actores del Kremlin alrededor de la misma mesa en una conversación personal con Assad.

Obviamente, no ha salido una palabra de esa reunión, pero hay dos teorías circulando por ahí sobre lo que fue discutido.

La primera teoría dice que se le fue dicho a Assad en términos nada vagos que sus días están contados y que tendría que retirarse.

La segunda reza lo diametralmente opuesto: que Assad fue invitado para mandar decirle, y mandar la señal a Estados Unidos, de que contaba con el apoyo total de Rusia.

Creo que ninguna de las dos es la correcta, pero que la segunda es, pienso, probablemente más cercana a la verdad. Después de todo, si el objetivo fuera decirle a Assad que debía retirarse, una simple llamada telefónica hubiera sido suficiente. Tal vez una visita de Lavrov. Y en cuanto a “apoyar a Assad”, eso iría en directa contradicción con lo que los rusos han venido diciendo todo este tiempo: ellos no estan apoyando a Assad en tanto persona, aunque lo reconozcan como el único presidente legítimo de Siria, sino que están apoyando el derecho del pueblo sirio a ser los únicos en decidir quién debería gobernar Siria. Y eso, por cierto, es algo con lo que el mismo Assad ha estado de acuerdo (según Putin). Igualmente, Assad también acordó trabajar con las fuerzas de oposición ajenas a Daesh dispuestas a pelear contra ella junto al ejército sirio (de nuevo, según Putin).

No, lo que creo, al menos en parte, de sobre qué se trató la reunión entre Putin y Assad fue un mensaje a Estados Unidos y a los mal llamados “amigos de Siria”, indicándoles que su plan de “Assad tiene que irse” fracasó, y creo que el principal propósito de la reunión a puertas cerradas con los principales líderes de Rusia fue algo distinto: mi suposición es que fue discutida una gran alianza a largo plazo entre Rusia y Siria que podría formalmente revivir un tipo de alianza como la que tuvieron Siria y la Unión Soviética en el pasado. Mientras que solamente pueda especular sobre los términos exactos de tal alianza, mi suposición es que este plan probablemente será coordinado con Irán en dos aspectos principales:

a) El componente militar: Daesh tiene que ser destruido.

b) El componente político: no se permitirá que Siria caiga bajo control estadounidense.

Considerando que la operación militar rusa está mayormente asumida por expertos previstos a permanecer por tres meses, aquí estamos lidiando con planes separados, a mediano y a largo plazo, planes que requerirían la reconstrucción de las fuerzas armadas sirias mientras que conjuntamente Rusia, Irán e Irak coordinen la lucha contra Daesh. Y, efectivamente, el viernes fue anunciada la autorización de Irak para que el ejército ruso ataque a Daesh dentro del territorio iraquí. Todo parece indicar que la operación rusa actuó como un catalizador en una región paralizada por la hipocresía y la incompetencia estadounidense, y que están contados los días de Daesh.

Demasiado pronto para celebrar, pero un momento parteaguas sin lugar a dudas

Aún así, es demasiado temprano para celebrar. Los rusos no pueden hacerlo todo, y será imperativo que Siria y sus aliados combatan contra Daesh, un pueblito a la vez. Sólo botas sobre el terreno pueden liberar realmente a Siria de Daesh, y sólo un Islam verdadero es capaz de derrotar a la ideología Tafkiri. Esto tomará tiempo.

Además, sería irresponsable subestimar la determinación del Imperio y su habilidad para evitar que Rusia sea vista como “la ganadora”: eso es algo que ha erigido el ego imperial norteamericano por siglos de híbris y arrogancia imperial con los que tendría que lidiar. Después de todo, ¿cómo podría “la nación indispensable” aceptar que el mundo no la necesita para nada y que hay otras que se le pueden oponer y prevalecer? Podemos esperar que Estados Unidos emplee todo su (aún enorme) poder para impedir y sabotear cualquier iniciativa rusa o siria.

Aún así, los eventos recientes marcan la era en el que “la fuerza hace a la razón” llega a su final y que la noción de Estados Unidos como una “nación indispensable” o el hegemón mundial ahora ha perdido toda credibilidad. Después de décadas en la oscuridad, la diplomacia y la legislación internacional finalmente se convierten de nuevo en algo relevante. Espero que este sea el inicio de un proceso que verá cómo Estados Unidos padecerá la misma evolución que otros países (incluyendo a Rusia) han padecido en el pasado: de ser un imperio a convertirse de nuevo en un “país normal”. Ay, cuando veo la carrera presidencial de 2016 me da la sensación de que este aún seguirá siendo un proceso muy largo.

The Saker


Publicada originalmente en Unz Review, fue tomada del blog de The Saker. La traducción para Misión Verdad y The Saker Latinoamérica fue realizada por Diego Sequera.

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