Tomado de: http://katehon.com/node/27581
Por Marcelo Gullo
El 1 de julio de julio de 2008, después de 55 años de inactividad, la cuarta flota de los Estados Unidos volvió a patrullar las aguas de Iberoamérica. La cuarta flota llegó sobre 1943 para luchar contra los submarinos nazis y proteger la navegación durante la segunda guerra mundial. Fue desactivada en 1950 por falta de necesidad pero es importante destacar que regresó a la acción, de facto, durante algunas semanas en 1964, durante el golpe de estado militar contra el presidente brasileño João Goulart. Fue entonces que varios barcos de la flota de guerra americana atracaron en la Bahía de Santos (estado de Sao Paulo) para actuar contra un posible frente de resistencia popular frente a la quita del presidente Goulart. Es importante destacar que, con el restablecimiento de la cuarta flota, el mando sur ha alcanzado el mismo nivel de importancia como el mando central que la cuarta flota opera en el golfo pérsico.
¿Qué razones pueden tener los Estados Unidos para mandar tan poderosa fuerza naval a la región que se encuentra en una paz relativa, sin conflictos étnicos o explosiones religiosas, sin poder nuclear o amenazas militares reales? ¿Cuál es entonces el objetivo de la cuarta flota? Oficialmente sus principales objetivos son combatir el terrorismo y las actividades ilícitas como el tráfico de drogas. No obstante, la historia muestra que ningún poder mundial toma una decisión de dimensión estratégica si no hay un gran motivo tras ello. Un despliegue militar de tal magnitud parece, como mínimo, que está falto de medidas. El objetivo declarado muestra asimetría con la magnitud de la fuerza desplegada. Mucho más si uno repasa y evalúa seriamente el poder real de las fuerzas que se proponen batallar oficialmente. Esta asimetría nos permite reflejar la sinceridad de los objetivos declarados.
Resulta ser lógico deducir que la decisión de reactivar la cuarta flota se hace en términos estratégicos en previsión de la crisis de paso. A la luz de esto, al número exultante de suministros básicos existentes en la región, se han añadido recientemente los enormes descubrimientos de petróleo en el mar de Brasil, lo que difícilmente sería un elemento fuera de la decisión americana.
En julio de 2008 el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva expresó sus dudas sobre el verdadero objetivo del reciente restablecimiento de la cuarta flota: “Ahora que hemos descubierto petróleo a 300 kilómetros de nuestras costas, nos gustaría que los EEUU por favor nos expliquen lo que está en la lógica de esta flota, en una región tan pacífica como esta”.
Días antes, el presidente brasileño, un hombre poco inclinado a comentarios altaneros, había abandonado su manera usual de denunciar públicamente que los poderes mundiales aspiraban al control del acuífero Guaraní, una de las más grandes reservas de agua dulce del mundo que se encuentra desde el Mato Groso brasileño hasta las planicies argentinas: “Ellos dicen que nosotros necesitamos internacionalizar el acuífero porque no somos capaces de conservarlo”.
El presidente de Brasil, había reaccionado ante dichas declaraciones, en Tokio, con el ex-primer ministro británico, Tony Blair, frente a los Parlamentos del G-8, más las cinco naciones emergentes, entre ellas Brasil. En esa ocasión Blair sostuvo que el presidente de Brasil necesitaba “ayuda internacional para contener la devastación del Amazonas”.
El objetivo de las campañas ecológicas empezó por grandes personalidades en el mundo de la política, cultura y entretenimiento que se encuentran a si mismos apuntados, muchas veces, hacia la creación de la idea en la opinión pública de los países centrales que es necesario convertir territorios como la selva amazónica y sus recursos estratégicos en “bienes supranacionales” o “herencia mundial”, una categoría jurídica que usa el Banco Mundial, precisamente para el acuífero guaraní desde que en el 2000, los países interesados le dieran la obligación del proyecto de estudio y la protección del acuífero.
Justo en esta campaña se propone una ley de “intercambio de deuda por naturaleza” que, en América del Sur, ya es legal en Perú y Colombia y que constituye el primer paso legal para que un Estado pierde su soberanía sobre una gran parte de su territorio que a continuación, es gestionado por instituciones privadas, como la ONG, Worldwide Fund for Nature, The Nature Conservancy, Conservation International, entre otras.
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