por Eva Golinger, en Russia Today
Hace un par de noches tuve un sueño. Andaba por La Habana con mi viejo amigo Jean-Guy Allard. Él estaba de buena forma, alegre y sonriente como siempre, contando cuentos en su estilo animado y apasionado, con un toque de humor del bueno. No recuerdo los detalles exactos del sueño, como suele suceder después de despertarse, pero fue vívido y coherente, hasta que algo me levantó de repente. En la oscuridad de la madrugada, medio despierta, el agradable sueño de andar paseando por una ciudad tan hermosa con un buen amigo se había convertido en una preocupación: algo le había pasado a Jean-Guy. Si les digo que no es primera vez que he soñado sobre alguien y al despertar, esa persona resulta muy grave o fallecida, a lo mejor no me van a creer. Pero Jean-Guy, él, sí me hubiese creído.
A Jean-Guy Allard le fascinaba la intriga, las conspiraciones, lo encubierto, lo clandestino y el lado oculto de la política y los seres humanos. Tenía una fuerte convicción de justicia, un corazón puro y alegre y un amor incondicional por la vida. Esa vida que tanto gozaba, que vivió hasta el máximo y último minuto, se le fue el pasado martes, 16 de agosto.
Unas horas después de despertarme del sueño donde él aparecía, le escribí un correo preguntando por su salud, pidiendo que me contara como seguía. La última vez que hablé con él fue a finales de julio cuando me encontraba en La Habana. No alcancé a verlo porque mi viaje fue relámpago, pero lo llamé y hablamos un rato. No se escuchaba bien, me dijo que había estado muy mal de salud, todo había empeorado. Estaba con unos amigos en su nuevo apartamento en Vedado, su casa de ‘soltero’, como él bromeaba. Recién se había separado de su esposa cubana, la linda y cariñosa Tamara, madre de su bello hijo Sebastian, de 12 años. Jean-Guy me dijo que de pronto se iba a un lugar para recibir terapia especializada para su artritis, desde hace meses estaba en una grave crisis de salud.
Lo vi en noviembre pasado en La Habana y estaba en silla de ruedas. Su condición médica ya no le dejaba caminar, andaba con mucho dolor. Típico de Jean-Guy, aún andaba manejando su carro. Nos encontramos en un restaurante en la punta de Vedado y Miramar, él llegó con Sebastian en su carro. Al salir, pedimos ayuda de los señores que cuidaban los carros para buscar el de Jean-Guy, y cuando nos lo trajeron pasaron un rato intentando meter la silla de ruedas en la pequeña maleta. Después nos miraron con tremenda sorpresa cuando vieron a Jean-Guy posicionándose en el asiento del conductor. “¡Sí! Este viejo enfermo va a manejar”, se reía con esa sonrisa que lucía su cara entera. ¡Cuánto le encantaba sorprender a la gente, romper los estereotipos y prejuicios! Siempre decía de mí que lo que más le gustaba era cómo denunciaba los crímenes de la CIA y sus colaboradores, cosas tan serias y fuertes, con mi cara de niña y mi acento gringo. “De una película Hollywood”, me bromeaba.
En realidad, así era Jean-Guy Allard. Quienes lo conocíamos sabemos de su increíble sentido de humor, sus constantes chistes y risas. Cómo veía el lado cómico de todo para que la tragedia no nos consumiera. No obstante, su trabajo era duro y fuerte y corría peligro siempre. Una vez durante sus investigaciones sobre el terrorista cubano Luis Posada Carriles y sus vínculos con la CIA, Jean-Guy lo encontró en Panamá durante su juicio por haber intentando asesinar a Fidel Castro en el 2000. Estar cara a cara con el asesino de los 73 pasajeros del vuelo de Cubana de Aviación, no es poca cosa.
También fue a Miami varias veces para indagar sobre las andanzas de la comunidad anticastrista y sus planes criminales contra Cuba. Jean-Guy no le temía a nada. Sus cientos de artículos publicados alrededor del mundo hacen denuncias contundentes y fundamentadas, con nombre y apellido, sobre las conspiraciones, planes, acciones y complots contra Cuba. Su libro ‘Posada Carriles, cuarenta años de terror’, publicado en Venezuela en el 2006, es el texto referente sobre la historia del terrorista más nefasto de América Latina, hoy protegido por Estados Unidos.
A Jean-Guy le habían amenazado múltiples veces desde Miami, pero a él no le importaba para nada. Más bien, le daba más ánimo y razón para hacer su trabajo.
Jean-Guy hacía un trabajo estelar desnudando a las supuestas ONG que utilizaban la fachada de defender los derechos humanos o la libertad de expresión mientras en realidad hacían un trabajo de subversión, injerencia y desestabilización. En el 2008, publicó una investigación integral sobre Reporteros sin Fronteras, destapando sus vínculos con las agencias de inteligencia de Estados Unidos y su agenda contra Cuba y Venezuela. El texto fue dedicado a los Cinco Héroes Cubanos, hombres admirados por Jean-Guy. Él siempre utilizó todo a su disposición para luchar por la libertad de Los Cinco. El año pasado, llevé a Antonio Guerrero, uno de los Los Cinco liberado en diciembre 2014, a la casa de Jean-Guy en Vedado para saludarlo. Estaba sobre la luna de emoción y felicidad.
Desde su trinchera en La Habana, Jean-Guy me propuso colaborar en un libro sobre nuestras investigaciones, que coincidían en muchos temas y objetivos. Nuestro bebé, ‘La agresión permanente: USAID, NED y CIA’, nació en 2009, una compilación de ensayos y textos sobre los métodos y estrategias de subversión y desestabilización contra los Gobiernos progresistas en América Latina. Lo presentamos en las ferias del libro en Caracas y La Habana, siempre un placer compartir un escenario con él.
Jean-Guy Allard había dejado su vida cómoda en Canadá, donde fue reportero del tabloide ‘Le Journal de Montreal’ y ‘Le Journal de Québec’ durante casi 30 años. Fue a Cuba por primera vez en los años sesenta y se enamoró del encanto de esa hermosa isla revolucionaria. Regresó muchas veces y fue el amor verdadero lo que le llevó a quedarse. Conoció a su esposa Tamara un día antes de pedirle matrimonio. Ella, igual de apasionada que él, aceptó su propuesta. Y así vivía Jean-Guy, gozando de cada momento, no dejando pasar las oportunidades, viviendo cada día como si fuera el último.
El martes cuando Jean-Guy no respondió a mi correo ni a mis llamadas, escribí a su hijo mayor, Thierry, que vive en Montreal. Poco después me respondió, su papá nos había dejado esa misma mañana.
Por más tristeza que sintamos por su partida, yo sé que la vida que él llevó durante los últimos meses no era como él quería, ni como él necesitaba vivir. Ya no podía escribir, la artritis no le dejaba. Y en las últimas semanas, tampoco podía leer. Jean-Guy vivía para escribir, vivía para investigar, indagar y denunciar, era una parte integral de su alma, era su pasión, su amor más profundo.
Además de ser mi amigo, Jean-Guy Allard era un periodista comprometido con la verdad, la justicia y la ética. Nos toca llevar su nombre en alto y continuar su trabajo. Busquen sus libros, lean sus artículos. Nos dejó un tesoro que no podemos menospreciar.
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