por Edward Curtin, en Misión Verdad. Curtin es scritor y profesor de sociología en el Massachusetts College of Liberal Arts. Publicado originalmente en Global Research. La traducción para Misión Verdad la realizó María Luisa Salazar.
Seducción simbólica: derechos de las mujeres, política partidista, etnocentrismo y “narcisismo americano”.
En 1929, Edward Bernays, el sobrino de Sigmund Freud, propagandista de guerra y golpes de Estado en EEUU/CIA, y fundador de las relaciones públicas, condujo un exitoso experimento de manipulación subliminal para la industria del tabaco.
En esa época, había un tabú en contra de las mujeres que fumaban en público, y Bernays fue contratado para cambiar eso.
Consultó a un psiquiatra, A. A. Brill, quien le dijo que los cigarrillos eran una representación del pene y un símbolo de poder masculino.
Si lograban engañar a las mujeres para que fumaran, éstas entonces inconscientemente pensarían que “tenían” sus propios penes y se sentirían más poderosas.
Esto, por supuesto, era irracional. Pero funcionó. Bernays, en sus propias palabras, había “diseñado el consentimiento” de las mujeres, a través de la prestidigitación simbólica.
Fue lanzada la era de la imagen.
Hizo esto llevando a un grupo de mujeres a que escondieran cigarrillos debajo de su ropa en un desfile de Pascua en Nueva York. A la señal de Bernays, los sacaron y prendieron, lo que éste llamó “antorchas de libertad” (teniendo como referencia a la Estatua de la Libertad).
La prensa había sido notificada con antelación y se dedicaron a fotografiar y reportar la noticia. El titular del New York Times del Día de los Inocentes (el 1 de abril, en EEUU) de 1929 decía “Grupo de chicas prenden cigarrillos como un gesto de libertad”.
Esta falsa noticia (fake news) hizo que los cigarrillos fuesen socialmente aceptados para las mujeres, y las ventas y la publicidad dirigidas a ellas, incrementó drásticamente.
Las estructuras de poder institucionalizadas sonrieron y siguieron felizmente su camino. Las mujeres no eran más libres, ni más poderosas; pero sentían que lo eran.
Se quebró un tabú simbólico engañando a las mujeres. La imagen triunfó por encima de la realidad.
Hemos pasado del símbolo del “pene” al de la “vagina”, y ahora el símbolo es mostrado abiertamente como un irónico espectáculo posmoderno con la forma de un mar de gorritos rosados (los pussyhats en el original, aludiendo a los gorros tejidos y desplegados en la marcha de las mujeres en febrero en los EEUU. La voz “pussy” alude tanto a los gatos en una expresión equivalente a “mínino” en español, pero también al sexo de la mujer de forma vulgar y generalizada: nota de Misión Verdad).
Y las fake news continúan a pasos acelerados; la labor de los manipuladores de consciencia continúa y sigue siendo exitosa.
Los genitales siguen siendo el exabrupto. En los años 20 no se hablaba de penes; la idea entonces era que había una asociación inconsciente que llevaba a las mujeres a fumar. Actualmente la sutileza ha desaparecido. El poder de la vagina está ahí afuera, simbolizada de manera tierna por los pussyhats, promovido por un grupo llamado “Proyecto Pussyhat”, que en su página web elogia al Washington Post y al New York Times por su “periodismo de alta calidad” e “integridad”.
“Entre sitios web de noticias falsas”, sostiene el Proyecto Pussyhat, “necesitamos periodismo de alta calidad más que nunca… periódicos con integridad… (que) continúen reportando la verdad”. Es decir, el New York Times y el Washington Post.
Por “verdad” e “integridad” las mujeres que dirigen esta página quieren decir que los rusos están detrás de los resultados electorales, que Irak tiene armas de destrucción masiva, y que hay 200 o más páginas web alternativas que repiten propaganda rusa; que eran algunas de las mentiras reportadas por estos periódicos con “integridad”. ¿O es otra cosa la que están pensando las mujeres de Pussyhat?
La mayoría de las mujeres que marcharon contra Trump tenían seguramente buenas intenciones dentro de sus visiones limitadas. Ante la llamada de los organizadores, despertaron de sus largas siestas liberales.
En respuesta a los repugnantes comentarios de Trump acerca de “agarrar las vaginas” -palabras enfermas, machistas y agresivas en su significado- se pusieron sus gorros rosados, escribieron pancartas, y salieron a la calle con su recién despertada indignación. Asqueadas con mucha razón por ser agredidas verbalmente y temerosas de que sus derechos reproductivos estén amenazados, se abalanzaron como tigres ante su agresor verbal. De ahí siguieron marchas y demostraciones masivas, muy bien organizadas y amigables con los medios de comunicación. Fue un desfile exitoso.
Sin embargo, como lo que otros han escrito, hay algo en todo esto que no está bien. Durante los años de Obama, de interminables guerras, asesinatos con drones, encarcelamiento de informantes (en inglés whistleblowers, refiriendo a personas que filtran informaciones secretas o comprometedoras que revelan acciones de las estructuras de poder, sean militares, de seguridad o corporativas en EEUU: nota de Misión Verdad), incluyendo a Chelsea Manning, etc., estos manifestantes estuvieron silenciosos y fuera de las calles.
Una gran cantidad de mujeres (si no la gran mayoría) que marchó en contra de Trump -y es que las últimas marchas de mujeres sólo pueden ser descritas como marchas anti-Trump- eran partidarias de Hillary Clinton, aunque describieran su elección como “el mal menor” o no.
Por ende, la oposición a los comentarios agresivos de Trump en relación a la vagina era un apoyo implícito al “feminismo” de Clinton y Obama. En otras palabras, era apoyar a un hombre y una mujer que no hablaban públicamente de manera agresiva acerca de los genitales de las mujeres, pero cometían acciones misóginas y misandrias al matar a miles de mujeres (y hombres y niños) en todo el mundo, y lo hacían con armas con formas fálicas.
Trump probablemente seguirá su ejemplo, pero esa posibilidad no fue el ímpetu para estas marchas. Las marchas se centraron en el lenguaje misógino y machista de Trump, y sus amenazas de limitar el acceso de servicios de salud para las mujeres, como la planificación familiar y el aborto.
Puesto que las mujeres que marcharon recientemente no lo hicieron contra Obama y Clinton, su secretaria de Estado, mientras mataban extranjeros (otros) y Clinton se regocijaba por la matanza sodomizada de Muammar Gadaffi, está bastante claro que el enfoque de su molestia fue una especie de indignación personal frente a los comentarios ofensivos de Trump.
¿En dónde estuvieron estos ocho años? Mike Whitney lo dijo perfectamente hace poco:
“Estaban dormidos. ¿O no? Porque los liberales siempre duermen cuando su hombre está en el cargo, especialmente si su hombre es un encantador de serpientes cosmopolita de buen hablar, que canturrea sobre las libertades individuales y la democracia mientras desata la violencia más increíble sobre civiles del Medio Oriente y Asia Central… A nadie parece importarle cuando un mandarín birracial bien hablado mata la mayor cantidad de gente de color, pero cuando un magnate de los inmuebles, insolente y sin pelos en la lengua toma las riendas del poder, ahí sí ‘ten cuidado’ porque aquí vienen los que protestan. Tres millones de ellos”.
Evidentemente, la política partidista, el interés propio, la hipocresía y un etnocentrismo increíble están involucrados. ¿Habrían ocurrido marchas de mujeres si Hillary Clinton hubiera sido elegida? Por supuesto que no. Ella hubiese sido aplaudida y elogiada como la primera presidenta, y su historia de guerra, contra mujeres y hombres, hubiese sido excusada y apoyada en el futuro, como ha pasado con Obama.
Esto es porno liberal por excelencia; complicidad por el silencio.
“Manos fuera de mi vagina”, “Mi vagina te devuelve la cogida” (This pussy grabs back). Estas son réplicas ingeniosas a los comentarios de Trump, pero son totalmente inefectivas e inofensivas. Los objetivos de Trump son más grandes, al igual que los de Obama y Clinton. Las protestas simbólicas llaman la atención, pero resultan en la inmovilización de arreglos estructurales de poder, o en cosas peores.
La campaña de las “antorchas de Libertad” de Edward Bernays dio lugar a más mujeres fumando, más enfermedades, y más ganancias para las compañías de tabaco. Se aprovechó de los ingenuos. ¿Qué se aprendió?
El Pussyhat Project terminó siendo un mar de mujeres con gorros rosados e imágenes coloridas. Daniel Boorstin escribió en su libro de 1960, The image, que son el futuro. Ese futuro es ahora. El lenguaje de las imágenes está por todos lados y está ligado a lo que Boorstin denominó “pseudo-acontecimientos” y nuestra “demanda por ilusiones con las que nos engañemos a nosotros mismos”.
Simbólicamente, llevar tus genitales en la cabeza es una imagen impresionante, pero se pierde y es engañosa, cuando uno no se ha opuesto a la brutalidad sistémica del Imperio norteamericano que arrasa con el mundo bajo Obama y Clinton.
Boorstin argumentaba que este mundo de imágenes desplazaría nuestra habilidad de pensar con claridad y comprender las maneras en las que estábamos siendo manipulados. Una imagen, decía, era “sintética, verosímil, pasiva, vívida, simplificada y ambigua”. Diseñada y atractiva para los sentidos -no existen mininos rosados que yo sepa- esquivan el discernimiento y no pueden ser, en términos estrictos, desenmascarada. “Una imagen, como cualquier otro pseudo-acontecimiento, se vuelve mucho más atractiva con cada esfuerzo nuestro en desacreditarla”.
El artificio de la imagen y nuestro conocimiento de su ingenuidad -por ejemplo, los pussyhats– nos convence de que somos astutos, incluso cuando no lo somos.
Es interesante señalar que la palabra imagen (del latín, imago) está relacionada con la palabra imitar (latín, imatari). Es como si ciertas imágenes pudieran servir como espejos (“reflejar” que se equipara con “imitar”) en los cuales nos podamos ver e imitarnos, “aunque nos guste fingir que estamos viendo a alguien más”. Y viendo nuestras imágenes en la Imágenes, podemos imitarnos en un ciclo interminable de autocomplascencia y miradera de ombligo. La cultura del selfie ha triunfado. La sociedad del espectáculo avanza.
El enfoque de las imágenes genitales es un reflejo del narcisismo norteamericano, una mirada hacia dentro, mientras que “afuera”, otros están siendo masacrados por los amos de la guerra. Este es el comienzo de una revolución rosa.
Edward Bernays estaría orgulloso.
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