por José Roberto Duque. En Misión Verdad
Si alguien hizo bien su “trabajo” de conspiración el 23 de febrero fue el alcalde del municipio Gran Sabana, al sur de Bolívar: el tipo les calentó la oreja a miembros de sus células paramilitares más cercanas, para que armaran el show de la “ayuda humanitaria”; se aseguró de convencer a una multitud de que desde Brasil iban a entrar unos camiones con comida y medicamentos y que eso iba a ser la salvación para todas las comunidades indígenas.
Llegado el día 23, como corresponde a todo líder de ultraderecha que se precie (él, Emilio González, fue electo alcalde por un mezclote de partidos neonazis agrupados bajo una mampara llamada “Independientes Por el Progreso”) armó unas mudas de ropa y se fue para el coñísimo de su Pacaraima, en Brasil. Así, sin más: nombró “alcalde encargado por 15 días” a un compadre suyo y funcionario de la alcaldía, de nombre José Moreno, explicó que “por mi salud y por mi vida” tenía que ausentarse y dejó ese mariquerón prendido en Santa Elena y sus alrededores.
“Lo que pasa es que a mí me operaron un riñón en diciembre y andaba medio enfermo”, dijo González cuando le preguntaron qué mierda hacía en Brasil justo cuando se armaba el verguero en su municipio. La Cámara Municipal inició el procedimiento para nombrar otro alcalde a causa de su falta absoluta o abandono del cargo, y justo estaban en ese trámite cuando se apareció el señor más sano que nunca, con esos riñones bellos y resplandecientes, y dijo que había unos plazos que cumplir y que no podían destituirlo así como así.
Aprovechó para decir que la dictadura de Nicolás Maduro había asesinado a tres, cuatro o quince o treinta indígenas (depende de qué medio haya citado sus declaraciones) y que estaba muy contento porque los camiones con la “ayuda” habían entrado. Cuando le preguntaron que dónde estaba entonces el enorme cargamento de comida y medicinas que había entrado desde Brasil, respondió: “Yo soy muy amigo del presidente Juan Guaidó”. Hay gente que cree que citar a Guaidó en estos días es caerle bien a Estados Unidos y que eso da mucho caché y mucho poder.
Y todo el mundo satisfecho. “Todo el mundo”: la fracción de las dos comunidades (en total en el municipio hay 115 comunidades) que le alcahuetearon su participación en la conspiración e intento de golpe de Estado del 23 de febrero.
Por qué es tan difícil hablar del tema pemón
Desde que se anunció el intento de invasión a Venezuela los grupos paramilitares que el alcalde González ha convertido en su ejército personal, y puesto al servicio de los partidos de ultraderecha (Voluntad Popular, Primero Justicia y otras sectas locales) entraron en estado de excitación y se dejaron ver con todo su equipamiento militar. Hay uno en particular, denominado Guardia Territorial Pemón, que se exhibe en las redes con todo el desparpajo que le otorga una supuesta condición: la defensa de un pueblo indígena expoliado por siglos.
Suena lógico, y en cierta forma lo es: si un pueblo originario decide un día armarse para repeler la acción de bandas y Estados que pretenden seguir jodiendo a su gente y a sus territorios, la reacción de todo ser humano justo tiene que ser de aprobación y simpatía. Qué chévere ver a un montón de indígenas armados, sobre todo después que los zapatistas hicieron lo que hicieron en Chiapas. Sólo que en el caso pemón uno indaga en los detalles y comienza a levantarse el consabido olor de la putrefacción.
En 2017, la comunidad indígena de Ikabarú consignó ante la fiscalía, ante el Delegado de Derechos Fundamentales en la Gran Sabana y luego ante la Fiscalía General de la República, una denuncia ante el auge y consolidación de estos grupos, que no están formados exclusivamente por ciudadanos del pueblo pemón sino que tienen participación y liderazgo de brasileños y guyaneses. Los denunciantes, indígenas hartos de las amenazas y el hostigamiento de estos paramilitares disfrazados de justicieros de los pueblos originarios, aseguraron que hay cerca de 300 elementos portadores de armas de guerra, que se dedican a cobrar vacuna y a instalar alcabalas o “puntos de control” en la Troncal 10, la carretera que comunica con Brasil. En 2013, una de estas bandas armadas obligó al desalojo de la sede del CICPC en Santa Elena de Uairén, y es fama que cuando un camión de alimentos entra desde Brasil debe pagar vacuna y recibir una planilla, especie de “guía de transporte de alimentos”, que la Guardia Nacional solicita más adelante en alcabalas formales.
Cada vez que esta banda criminal es denunciada saltan en su defensa personajes de la índole rastrera de Américo Di Grazia y Andrés Velásquez a interceder por ellos. Pero vas y tocas con el pétalo de una denuncia a estos paracos, y enseguida salen los señores diputados a acusar al Gobierno de genocidio.
¿Paracos? ¿Dije paracos? ¿Y cómo se atreve alguien a llamar paraco a un pemón? Justo la actitud de esas preguntas, del lado de cierta izquierda hipersensible a temas como la cuestión indígena, es lo que dificulta el abordaje sensato del problema.
El obstáculo no es la hipersensibilidad en sí misma, que puede ser una aliada a la hora de la defensa de causas justas, pero sí se convierte en problema cuando es el resultado de tres condiciones o actitudes: la ignorancia o falta de información en un ámbito específico, la entrega incondicional a una visión romántica de la sociedad, y la pérdida de las perspectivas a la hora de detectar las operaciones, tácticas y estrategias del enemigo, que sí utiliza, expone y sacrifica a miembros de todos los pueblos indígenas sin que les tiemble el pulso. Ahora mismo está cobrando impulso en redes y medios ese pequeño monstruo, el tema del pueblo pemón.
La noticia ya la conocemos: hubo tres muertos (o cuatro, o quince, o treinta) y varios heridos en Santa Elena de Uairén durante los preparativos y ejecución del intento de penetración por la fuerza de la basura humanitaria por parte de Estados Unidos. Se ha dicho que los muertos y heridos son en su mayoría miembros del pueblo pemón, y eso ha bastado para arrimarle suciedad al expediente que se le arma al gobierno venezolano: asesinar indígenas es ya casi automáticamente genocidio. Al ciudadano no informado no le importa el resto de los criterios universales que catalogan de genocidio una política o acción de un ejército o Estado: matas a tres indígenas y eso ya valida mi acusación: eres un genocida. Por cierto que esa actitud se debe en parte a la dignificación de los pueblos aborígenes promovida por Chávez, y este es uno de los aportes intangibles de ese coloso a la humanidad.
¿Por qué es tan fácil y al mismo tiempo complicadísimo llegar al criterio adecuado en este asunto? Por aquel asunto que llamamos arriba hipersensibilidad. Esto: ser pemón es pertenecer a un delicado patrimonio humano, porque no hay muchos individuos pemón (unos 30 mil según proyecciones del último censo). Pero te vas enterando de algunos datos:
- uno de los grupos mejor dotados, con su respectivo armamento de guerra, del sur de Venezuela, es la Guardia Territorial Pemón;
- ese grupo se financia con la extracción de oro en las inmediaciones de al menos tres ríos del estado Bolívar;
- esa extracción no ha podido ser detenida ni fiscalizada por el gobierno venezolano, entre otras cosas porque:
- el padrino y promotor de ese grupo armado es el señor alcalde de La Gran Sabana, y a plomo (como se trata en todas partes del mundo a los grupos criminales armados) no va a poder ser, porque:
- matar mediante una operación militar a más de un indígena es fácil de catalogar como genocidio, y además,
- ahora tenemos una legión de hipersensibles “de izquierda”, y algunos también de izquierda, sin comillas, dispuestos a defender todo lo que lleve el rótulo “pemón”, sólo porque volvió a ponerse de moda (la vaina es por temporadas: ya casi nadie habla de Sabino y de los yukpa) algo que debería ser permanente, que es la defensa y custodia de los derechos de los indígenas.
Creo que todos estamos de acuerdo en que a ese grupo paramilitar no se le puede dar el mismo tratamiento que al Tren de Aragua u otro grupo criminal, por cuestiones que tienen que ver con el tratamiento del tema indígena. Pero esa es una posición, y otra muy distinta es esa que todavía sigue creyendo que todos los individuos del pueblo pemón son sujetos puros, limpios, ecologistas, espirituales, que aman la naturaleza y nunca en la vida se han cogido una puta, no conocen el sabor de la cerveza, JAMÁS han contrabandeado con gasolina y ese oro que sacan ilegalmente es de ellos porque está en la tierra de sus ancestros y además ellos lo usan es con fines ceremoniales: maldita sea la diosa jipi de las escuelas de sociología y antropología.
Recuerdo un episodio del año 2010, cuando alcanzó importantes picos la activación de mucha gente y grupos revolucionarios (y otros no tanto), en defensa del territorio ancestral del pueblo yukpa, contra las minas de carbón y por la defensa de la vida del cacique Sabino Romero, ya para entonces amenazado de muerte por una coalición de militares corruptos y ganaderos de Machiques. Se celebraba en Caracas uno de tantos encuentros de apoyo, en los que varios compañeros yukpa y barí se movilizaban para hacer visible su drama. En un descanso de aquellas jornadas, un amigo nuestro, muy bien intencionado pero un poquito bastante atormentado por lo que había leído o le habían contado de los pueblos indígenas, saludó a uno de los hermanos yukpa y comenzó a regañarlo. Parece que cuando nuestro amigo caraqueño fue a la sierra de Perijá se encontró con que, a las afueras de una comunidad yukpa, había una especie de vertedero de basura, en el que destacaban botellas plásticas de refrescos.
El caraqueño le metió al indígena una dura charla acerca de los tóxicos y nocivos para la salud que son los refrescos, y lo trágico que es botar basura plástica cerca del cauce de los ríos. Le habló de la Pachamama, de la ecología, de la necesidad de adoptar criterios agroecológicos en defensa de la sanidad de la tierra, nuestro contaminado y único planeta. El compañero indígena aguantó el chaparrón en silencio; un pueblo que no sólo se salvó del exterminio ejecutado por españoles y criollos, tiene con qué aguantar la disertación de un caraqueño sobre temas de ecología. Terminado el regaño, y viendo que el indígena no le decía nada, el pana caraqueño se largó, seguramente a echar una meada en una poceta (mear en poceta y halar la palanquita: 20 litros de agua que van al Guaire). Entonces el caballero yukpa, haciendo uso de su sabiduría ancestral, y de esa entonación a medio camino entre su idioma milenario y la influencia maracucha, soltó la sentencia más sabia de la tarde: “Vergue prime, ese amigo suyo sí es raro, ¿de dónde lo sacó?”.
Del otro lado están los que se han dedicado a surfear sobre la manipulación de la inocencia. Uno de los personajes que más han utilizado a los pueblos indígenas del sur de Venezuela para sus fines personales y grupales es un sociólogo que, mediante tretas retóricas y una buena autopropaganda, anda por ahí reclamando la herencia moral de un caballero que sí era un sabio y un revolucionario. El maestro se llamó José María Korta; el pretendido heredero es un imbécil de apellido Arconada.
Este Arconada vive del prestigio que le otorga el haber trabajado con el padre Korta, quien por lástima se lo llevó a formar equipo en la Universidad Indígena, y luego, a la muerte de Korta, ha hecho esfuerzos por convertir ese espacio fundado por Chávez en un espacio de la conspiración antichavista. Mucha atención acaparó este pretendido experto en cuestiones indígenas y en ecología; bien duro ha bramado para forjarle un expediente a Nicolás Maduro y solicitar su derrocamiento, entre otras cosas por la iniciativa del Arco Minero del Orinoco. Por cierto que en Aporrea publicaron un extraño informe, que acusa al Arco Minero (decretado en 2017) de haber perpetrado crímenes contra las selvas y los ríos de Bolívar; las fotos que acompañan el “informe” son de 1990 y 1995.
Consecuencia, resultado o síntesis: apenas el Guaidó se ungió como autopresidente con la venia de Estados Unidos ahí estaba el Arconada reunido con él, rindiéndole pleitesía y dándole recomendaciones sobre cómo derrocar a Maduro sin que se viera tan feo (“marico, hazte un referéndum que aquí los jipis y la ‘izquierda’ te apoyamos”). Fue esa misma reunión donde estaban el Navarro, el Nicmer, el Gómez de Aporrea y otros próceres de la “nueva izquierda” que se codea con María Corina, Nelson Bocaranda y toda mierda que despunte por los lados del antichavismo más neonazi.
¿Entonces Arconada es un peligro? No: el peligro es que en el chavismo haya cobrado forma cierta “actitud Arconada”, llamada así no porque ese idiota la haya fundado, sino por el aire mediopendejo tirando a seudomístico, algunos sabiendo y otros sin saber a quién le trabajan.
Con esa salivita medio “de izquierda”, que detecta cosas impuras en la explotación del oro pero ni de vaina renuncia a las ventajas de vivir en un país petrolero, la ultraderecha tiene enyucado a un gentío, y ahora que se aproxima otro aniversario del asesinato de Sabino Romero esa visión mágico-religiosa va a alcanzar otro alto pico en la propaganda de guerra: chavismo, esa cosa nauseabunda que tiene la culpa del asesinato de Sabino, y ADEMÁS ahora está dispuesta a asesinar a esos planetarios seres luminosos que son los pemón. Y a gozar, carajo, el entorno y el partido del alcalde ultraderechista que ha convertido a la Guardia Territorial Pemón en un ejército al servicio de Estados Unidos y Brasil.
No existe comunidad humana pura, aislada o incontaminada. Los pemón merecen respeto, tanto como los wayúu y los habitantes de Carora, Barlovento y Mucuchíes, pero el respeto no tiene que ver con ninguna condición divina o cósmica sino con la comprensión de su exacta composición social y de su historia. Dentro de las comunidades pemón, lo mismo que entre todas las comunidades de este mundo capitalista, existen seres humanos maravillosos, apegados a su cultura y a sus tradiciones, pero también hay contrabandistas, tramposos, tipos violentos, borrachos, estafadores: son gente, no semidioses; son seres humanos y por lo tanto no son inmunes a las bajezas y condiciones impuestas por el único sistema que tiene vocación universal sobre la tierra, que es el culto al capital.
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