por Gisela Brito, en CELAG
El progresismo en Colombia acaba de hacer historia. El país no será el mismo después de estas elecciones presidenciales. Gustavo Petro obtuvo 4.851.254 votos según el preconteo oficial, equivalente al 25.08%, y disputará la segunda vuelta el próximo 17 de junio con Iván Duque, el candidato de Uribe, que alcanzó un 39.14% de los votos.
La jornada electoral arrojó otras dos grandes sorpresas: 1) un nivel de participación inédito (53.38%) que superó en 9 puntos el promedio histórico desde la constituyente de 1994 -porcentaje que, además, podría incrementarse en la segunda vuelta- y; 2) Esta vez la “maquinaria” no resultó infalible. Por primera vez en la historia hay dos fuerzas del espectro progresista electoralmente competitivas, la de Petro (Colombia Humana) y la de Sergio Fajardo, candidato por la Coalición Colombia (Alianza Verde y Polo Democrático Alternativo) que resultó el tercero más votado con un impactante 23.73% de los votos. Se convierte, así, en un actor central de cara al balotaje. Cómo se comportarán los votantes de Fajardo el 17 de junio es la principal incógnita.
Todo indica que, en una alta proporción, esos electores se decantarán por apoyar a Petro, pero una segunda vuelta es una nueva elección; las sumatorias lineales de los resultados de la primera no valen para realizar proyecciones. En política nunca, o casi nunca, uno más uno resulta dos.
En la historia colombiana hubo cuatro balotajes (1994, 1998, 2010 y 2014), pero esta será la primera vez que competirán frente a frente dos fuerzas políticas antagónicas, con propuestas de país radicalmente diferentes. Ello podría estimular el crecimiento de la participación puesto que esta elección sí es definitoria y trascendental para el futuro inmediato del país.
La disputa electoral por el centro del tablero ya comenzó. El desafío para ambas campañas será seducir -en un contexto de máxima polarización y confrontación de proyectos- a aquellos ciudadanos que, justamente, se identifican con la no-polarización. El 40% de los 4.5 millones de votos que obtuvo Sergio Fajardo se concentra en Bogotá (cuyo peso electoral representa el 15,7% del padrón nacional) y en Antioquia (13% del padrón nacional). Este caudal resultará determinante para Petro en las próximas tres semanas.
Desde el inicio, y recogiendo la demanda de unidad del electorado progresista, el candidato de Colombia Humana le tendió la mano a Fajardo y a De la Calle para forjar una alianza de todas las fuerzas que representan la aspiración de profundización democrática y el universo simbólico del progresismo, la paz y los derechos sociales. Un primer indicador a tener en cuenta para intentar atraer a los votantes de Fajardo será la transversalidad que, en términos de posicionamiento ideológico, presenta su figura: un quinto de sus potenciales votantes se auto-identifican como “de derecha” y/o “conservadores”; 2 de cada diez se consideran “apolíticos”; y la mitad restante se divide entre “progresistas”, “liberales” y “de izquierda”[1].
En esta nueva campaña electoral, Petro parte con una ventaja estratégica: el uribismo se mueve con extraordinaria habilidad en el terreno de las campañas negativas, su experiencia electoral acumulada se cimienta en la movilización del electorado a partir del miedo, el “no a”, pero es una incógnita cómo será su performance en un contexto como el que se abre con los resultados del domingo. Su aliado natural, Germán Vargas Lleras (apoyado por el presidente Santos) tuvo un papel muy secundario. A pesar de que en las últimas semanas hubo mediciones “sugerentes” de la firma Cifras y Conceptos que lo posicionaban cerca de la segunda vuelta, obtuvo apenas un 7% de los votos, un caudal de votos considerable pero no suficiente que empuja a Duque a mirar más allá de cara al balotaje.
Esta vez, los números fuerzan a Duque a tener que “hablarle” a los votantes de Fajardo, cuyas aspiraciones y demandas no se aglutinan en torno al “no a” como motivador. Recrudecer el discurso hacia una campaña del miedo (castrochavismo, populismo, guerrilla, Venezuela) le resultaría peligroso a Duque, porque podría incluso funcionar como el cemento que aglutine al bloque progresista. Y es que la potencia del voto anti-Uribe, o el techo del uribismo, ya se puso a prueba en 2014. El resultado del plebiscito de 2016 que los abanderados de la guerra ganaron por apenas 55.000 votos es también una alerta en este sentido.
En su discurso al conocerse los resultados Duque fue explícito: “no queremos hacer trizas los Acuerdos de Paz”. Es probable que, de cara a la segunda vuelta, la estrategia de su campaña sea bajarle el perfil público a Uribe y centrarse en promover a Duque como el representante de una derecha menos radical, capaz de implementar un gobierno “en serio”, con políticas “responsables” (contra las promesas “incumplibles” de Petro). “Quiero ser presidente para unir a los colombianos”, dijo también Duque en la noche electoral, y habló de esperanza, amor, optimismo, justicia social y fraternidad. Algo está cambiando en Colombia.
La candidatura de Gustavo Petro y su Colombia Humana introduce un factor novedoso: la incipiente irrupción de una identidad política nueva, articulada en torno a la esperanza/ilusión por un cambio de modelo político y económico. La antítesis entre “ciudadanías libres” contra las “maquinarias corruptas” se erigió en uno de los ejes centrales de la disputa. Esa es la gran novedad política de esta campaña electoral de la que el establecimiento colombiano debería tomar nota.
El balotaje debería ser el momento propicio para no dejar pasar la oportunidad de arrebatarle el poder a los de siempre, porque el resultado de la primera vuelta indica que los electores le han dado un voto de confianza nunca antes visto a las opciones de esas ciudadanías libres que pujan por el cambio.
Notas
[1] https://www.celag.org/colombia-elecciones-presidenciales-2018-tercera-encuesta-de-opinion/
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