por Yisell Rodríguez Milán. En Granma
El 26 de abril de 1986 el mundo quedó en shock. Un desastre de magnitudes catastróficas había tenido lugar en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, ubicada a poco más de 18 km al noroeste de la ciudad de Chernobil, en Ucrania.
Fue un sábado terrible y lo que sucedió ha pasado a la historia global, junto a lo ocurrido con Fukushima en Japón, como uno de los eventos más graves en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares.
Los libros de historia hablan de un experimento de incorrecta supervisión, de una reacción incontrolable, de una insoportable expulsión de vapor y de cómo una radiación brutal se extendió por parte de Europa.
Reportes periodísticos de la época indican que la cantidad de materiales radiactivos liberados a la atmósfera fue unas 500 veces mayor que el generado por la bomba atómica arrojada en Hiroshima, y que 31 personas fallecieron como consecuencia del contacto tóxico. Fuera de la central, más de 100 000 ciudadanos ucranianos debieron ser evacuados. Alrededor de 600 000 personas participaron en el proceso de descontaminación. Muchos terminaron enfermos.
Ante la solicitud de ayuda internacional del gobierno de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Cuba reaccionó. El paso al frente de la Isla, como ha ocurrido en todas las grandes obras de la Revolución, fue épico.
A principios de 1990 los especialistas cubanos viajaron a Ucrania para evaluar la envergadura del problema y el tipo de ayuda que se podría brindar, consta en el sitio web Fidel Castro, Soldado de las Ideas.
El 29 de marzo llegaban a Cuba los pacientes.
Fidel en persona recibió a los primeros 139 niños de zonas aledañas al accidente, quienes serían atendidos, como parte del Programa de atención integral a niños afectados por desastres, en el Instituto de Hematología de La Habana y en el Servicio de oncología del Hospital Pediátrico Docente Juan Manuel Márquez.
allí mismo, junto a la escalerilla del avión IL-62, se anunció la disposición del Gobierno Revolucionario de recibir a no menos de 10 000 infantes para brindarles un tratamiento altamente especializado.
El 28 de noviembre de 1997, en un discurso pronunciado por el Comandante en Jefe durante la clausura del VI Seminario Internacional de Atención Primaria, dijo:
«Cuba sola ha atendido más niños de Chernobil que todo el resto de los países del mundo. Los medios de divulgación masiva del Norte no hablan de eso. ¡Casi quince mil niños! También hemos adquirido alguna experiencia en eso».
De esos niños, la mayoría recibieron tratamientos por periodos de 45 días en Cuba, aunque no pocos llegaban a estar un año o más en el balneario de Tarará, espacio que fuera adaptado como un hospital para las víctimas del accidente nuclear. El 67 % de los pequeños habían presentado problemas de tiroides, vitiligo, alopecia y soriasis.
La cifra de pacientes creció con los años. A los efectos de la solidaridad, no importó el crudo periodo especial, ni la caída del campo socialista, ni el «olvido» mediático e internacional de la ayuda que le urgía a las miles de familias que una generación tras otra reproducían las malformaciones heredadas de la explosión del ‘86.
Por eso, durante una intervención especial del 16 de abril del 2001, a propósito del aniversario 40 de la proclamación del carácter socialista de la Revolución, decía Fidel: «Sin el socialismo no habrían sido atendidos en Cuba 19 000 niños y adultos de las tres Repúblicas afectadas en el accidente nuclear de Chernobil, ocurrido en 1986, la mayoría de ellos atendidos en pleno periodo especial (…)».
Este 26 de abril el accidente de Chernobil sopló las velitas del aniversario de lo atroz. Algunas agencias, a 32 años del desastre, no pueden obviar que entre 1990 y 2016 más de 26 000 personas afectadas, en especial niños, fueron asistidos en la Isla como parte de una voluntad política colosal, sin comparación en el mundo, porque fuimos el único país que organizó un programa integral de salud, masivo y gratuito para la atención de las herencias dolorosas de Chernobil.
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