Tomado de: http://leonardodelgrosso.blogspot.ch/2016/05/el-dia-de-la-victoria.html
Hoy es el 9 de mayo, un día que debe quedar eternamente en los anales de la Humanidad, no sólo de la Unión Soviética y Rusia. Es “el día de la Victoria”, el día en que la Alemania nazi se rindió incondicionalmente frente al Ejército Rojo de la Unión Soviética, unión de pueblos y naciones que cargaron con el verdadero y decisivo peso de derrotar a los racistas.
Hay diferentes cifras respecto de la cantidad de caídos, entre civiles y militares, que sufrió la Unión Soviética en su fiera defensa contra la agresión de Hitler. Hoy Russia Today habla de 27 millones de soviéticos. Otros dicen 20 millones. De cualquier manera es una cantidad sobrecogedora.
Hoy, hace 71 años de aquél 9 de mayo en que Alemania se rindió de manera incondicional ante el General Zhúkov, es más difícil apreciar el tremendo heroísmo de la Unión Soviética. Porque desde la distancia temporal y desde la banalidad de la cultura occidental que nos invade permanentemente con valores estúpidos y egoístas resulta más lejano y menos perceptible la tremenda dimensión de ese heroísmo masivo, de todo un pueblo hermanado en la sangre y la agitación de su pecho en defensa de su Patria.
La Historia Oficial de Occidente, esa que mandan escribir los capitalistas a sus “historiadores” prostituidos, a sueldo para mentir, intenta siempre desmerecer y difamar los éxitos políticos de las masas, y mucho más aún, indudablemente, sus éxitos militares.
Sólo tenemos que comparar el nivel de aguante, como se dice en Argentina, que quedó demostrado (o no demostrado) hacia el Oeste de Alemania, y la resistencia indoblegable, invencible, que los nazis encontraron hacia el Este. Hasta que Hitler no decidió atacar a la Unión Soviética, la Alemania nazi venía arrollando una nación tras otra, en conquistas que en muchos casos -y cuadrándonos y haciendo el honor a los caídos sin despreciar a ninguno- fueron más paseos que guerras, si de ponderar las cosas en términos militares se trata. Y aquí no entran consideraciones de conducción estrictamente táctica o estratégica, es decir, si tal o cual comandante tuvo la sagacidad o el ingenio militar para vencer y no lo tuvo y fue derrotado. Aquí entran consideraciones que tienen que ver con la fuerza de la ideología libertadora y la fortaleza del mando que la esgrime, aquella ideología que, por su justicia y su coherencia, enarbolada por jefes a la altura de su misión, es capaz de motivar la movilización de todas las fibras de cada individuo, hasta la última gota de su sangre.
Otros pueblos fueron víctimas de los vicios con los que convivían, y por eso fue más fácil derrotarlos, dividirlos, encontrar cipayos para la traición. Sólo la virtud es el alimento de la fuerza. Entonces el mérito de la Unión Soviética resulta una desvergüenza y un atrevimiento grosero e idiota el que alguien se atreva a desmerecerlo como lo hacen hoy los aristócratas que abrigan el rencor de haber sido perjudicados por los vientos revolucionarios que trajeron la simiente justiciera sobre la que emergió esa superpotencia llamada Unión Soviética.
La Unión Soviética, por más que se esmeren en vituperarla y maldecirla, es una experiencia histórica monumental, que se sobrepuso a dos guerras, a enormes masacres, que sufrió terribles sangrías en sus pueblos y que, sin embargo, emergió de la Segunda Guerra Mundial enfilada a ser una de las superpotencias del mundo, aquella que conquistó por primera vez, en representación de toda la Humanidad, el espacio exterior, entre tantas proezas que podríamos relatar.
Entonces hoy, cuando los supremacismos (otro de los nombres de la ideología imperialista), de todo los signos: supremacismo judío, turco, islámico, cristiano (al fin de cuentas el fenómeno es el mismo y sólo cambian las etiquetas), se envalentonan, cuando la estupidez, que siempre es narcisista, egoísta, autoreferencial, individualista, disolvente, burguesa, pretende gobernar el mundo, es cuando las palabras del Mariscal Zhúkov adquieren un significado enorme, el peso de un yunque.
En este 9 de mayo prefiero citar unas reflexiones, muy oportunas, del Mariscal Gueorgui Zhúkov, del soldado de tantas batallas victoriosas, aquél que participó en la Primera Guerra Mundial, cuando era sólo un jovencito, aquél que luchara contra los blancos en el naciente Ejército Rojo entre 1918 a 1920 en la guerra civil, aquél que venciera (usando por primera vez tácticas de movimientos de blindados, las que después usarían los alemanes) al mayor y más prestigioso grupo del Ejército Imperial Japonés, el Ejército de Kuandong, en Mongolia y Manchuria en 1939 poco días antes del inicio formal de la Segunda Guerra Mundial (aunque en Asia ya hacía tiempo que Japón había desatado la guerra sobre China y Corea), y aquél que venciera a los alemanes en toda la Gran Guerra Patria (como llaman los soviéticos a la Segunda Guerra Mundial). La cita es del escrito con el que finaliza la edición de 1969 de sus “Memorias y Reflexiones”, conceptos que en la actual situación de tensión internacional, tienen gran significación.
“El Estado soviético nació con la palabra ‘paz’ en los labios. Entonces hubo quien trató de interpretar nuestro llamamiento a la paz como un síntoma de debilidad. El mundo viejo respondió a la aparición del primer Estado socialista con la intervención, con el desencadenamiento de la guerra civil, el bloqueo y el hambre.
Desde entonces ha transcurrido más de medio siglo. En el mundo se han consumado cambios radicales: se formó el sistema socialista mundial, fueron destruidos los pilares del colonialismo. Nuestro país ha crecido, se ha robustecido. Hoy hasta nuestros detractores empedernidos no se atreven a decir que la URSS es una potencia débil. Pero, igual que en los primeros días de existencia del Poder soviético, la lucha por la paz continúa siendo el contenido principal de nuestra política exterior.
Los grandes sacrificios hechos por nuestro pueblo en la Gran Guerra Patria no fueron estériles. Como resultado de la victoria se estableció una nueva correlación de fuerzas en el mundo en la que a los círculos imperialistas reaccionarios ya no les es tan fácil desencadenar un nuevo conflicto mundial.
En cada etapa del desarrollo histórico el Partido Comunista traza cuidadosamente en correspondencia con la cambiante situación internacional el programa de su actividad política exterior llamada a asegurar la edificación pacífica de nuestro Estado de todo el pueblo, a contribuir al buen desarrollo del proceso revolucionario mundial y a fortalecer la base de la lucha por la paz y el progreso social para todos los pueblos. En el XXIV Congreso del PCUS la inteligencia colectiva del Partido elaboró el Programa de paz.
Este programa destaca los problemas internacionales cruciales decisivos e inaplazables por su carácter, que tienen importancia de principio para los destinos de la paz. El programa formulado por el PCUS presupone un sistema de acciones claramente determinado, meditado y lógicamente vinculado. Es una ofensiva frontal bien preparada en las principales direcciones de la moderna política mundial en bien de la paz y de la seguridad de los pueblos.
La peculiaridad cardinal del Programa de paz consiste en que va dirigido no sólo a los gobiernos, sino también a los pueblos. Es afín a las masas populares porque da respuesta eficiente a las cuestiones más candentes de la vida internacional, y eso le ha asegurado el apoyo de los Estados adictos a la paz, de multitudinarias masas populares en el mundo entero.
Los soviéticos aprobamos y respaldamos sin reservas la infatigable actividad del CC del PCUS y del Gobierno soviético para realizar el Programa de paz. Precisamente gracias a estos esfuerzos, apoyados por todos los hombres de buena voluntad, se puso fin a la agresión de los EEUU a Vietnam. Precisamente gracias a estos esfuerzos se produjo un importante viraje en los asuntos políticos internacionales: de la guerra fría a la distensión, a la coexistencia pacífica de los Estados con diferente régimen social.
Hablando con propiedad, siempre existió la posibilidad de desarrollar las relaciones entre la URSS y los países occidentales, incluidos los EEUU, sobre los principios de la coexistencia pacífica. Esta posibilidad parecía particularmente favorable en los primeros años de posguerra. Nos habíamos batido hombro a hombro contra el enemigo común. En aquel tiempo a muchos -a mí entre ellos- nos parecía que después de la guerra las relaciones entre los participantes de la coalición antihitleriana se caracterizarían por la confianza y la cooperación en bien de la paz y de la seguridad de los pueblos. En efecto, si nuestra cooperación había desempeñado el papel decisivo en la victoria sobre el enemigo común, ¿por qué no podía profundizarse y extenderse después de terminada la guerra?
Pero en el mundo aparecieron fuerzas antipopulares a las que les convenía encauzar las relaciones internacionales por la vía de la agudización de la tirantez y de la guerra fría. Y se necesitaron decenios para que los dirigentes de varios países occidentales comprendieran que la política de fuerza carece de perspectivas.
La Unión Soviética es un Estado pacífico. Los objetivos grandes y pequeños de nuestro pueblo se reducen a una sola cosa: edificar el comunismo en nuestro país. Para ello no necesitamos la guerra. Pero, cuidando y protegiendo el trabajo de paz de los soviéticos, debemos estudiar la experiencia militar de la defensa de la Patria socialista, tomar de ella lo que ayude a asegurar con la mayor eficacia la defensa de la Patria. No hay que olvidar jamás que mientras exista el imperialismo perdurará la posibilidad de estallido de una nueva guerra mundial.
Quisiera que este libro lo leyeran con particular atención los jóvenes. Nosotros, la vieja generación, sabemos bien lo que nos ayudó a soportar la embestida de una fuerza colosal. Pero los jóvenes todavía tienen que comprenderlo.
Quiero decir una vez más al joven lector: seríamos unos simplones si no respaldáramos los esfuerzos para mantener la paz con la disposición a defender nuestra Patria, nuestro régimen social, nuestros ideales, Como se dice, la pólvora debe estar permanentemente seca. La esperanza del pueblo ya no somos nosotros, que dimos todo lo que pudimos en las pasadas batallas, sino la nueva generación, la joven generación. Mi llamamiento a vosotros, los jóvenes, es: ¡estad siempre alerta! Un día de retraso en la pasada guerra nos costó muy caro. Hoy, en caso de crisis, la cuenta puede ir por segundos.
¿Cómo quisiera veros a vosotros, los defensores de la Patria? Con conocimientos y aguante. Hoy el Ejército está dotado de una técnica sofisticada. Es mucho más difícil estudiarla que en los años de mi juventud. Entonces era más sencilla. Cada época plantea ante los militares sus tareas. La moderna técnica la pueden dominar hombres preparados y bien instruidos en todos los aspectos. ¡Estudiad!
Yo exhortaría también a nuestra juventud a tratar cuidadosamente todo lo relacionado con la Gran Guerra Patria. Es muy necesario estudiar la experiencia de la guerra, reunir documentos, fundar museos y erigir monumentos, no olvidar las fechas memorables y los nombres gloriosos. Pero es importante sobre todo recordar que entre vosotros viven ex soldados. Tratadlos con solicitud.
Yo vi muchas veces cómo los soldados se alzaban al ataque. No es fácil incorporarse en toda la talla cuando el aire está saturado de mortífero metal. ¡Pero ellos se levantaban! Y eso que muchos apenas habían probado el sabor de la vida: ¡19 o 20 años, la flor de la vida, cuando para el hombre todo está por delante! Y para ellos con mucha frecuencia delante sólo había un blindaje alemán que vomitaba fuego de ametralladora.
Naturalmente, también conocieron la alegría de la victoria en el combate, la amistad de armas, la ayuda mutua en el campo de batalla, la satisfacción de saber que cumplían la sagrada misión de defender la Patria.
El soldado soviético soportó entonces duras pruebas y hoy las viejas heridas se dejan sentir, les falla la salud. El ex combatiente no se os quejará, no es ese su carácter. Sed vosotros mismos atentos con él. Sin ofender su orgullo tratadlo con sensibilidad y respeto. Es una recompensa pequeñísima por todo lo que hicieron para vosotros en los años 1941,42, 43, 44 y 45.
Siento que mi conclusión se ha convertido en una conversación con la juventud. Más vale así. Los jóvenes tendrán que continuar nuestra causa. Es muy importante que aprendan de nuestros yerros y de nuestros éxitos. La ciencia de vencer no es una ciencia sencilla. Pero quien aprende, quien aspira a la victoria, quien lucha por una causa en cuya razón cree, siempre vence. Me he convencido de ello a través de muchas enseñanzas de mi propia vida.
Comencé el libro relatando mi infancia. Y ahora, al hacer balance de todo, me recuerdo otra vez de chiquillo. ¿Qué giro habría tomado la vida si no se hubiera consumado la Revolución de Octubre?
La revolución me dio la posibilidad de vivir una vida completamente distinta, espléndida, interesante, llena de profundas emociones y grandes hechos. Siempre sentí que era necesario para la gente, que estaba en constante deuda con ella. Y eso, si se piensa en el sentido de la vida humana, es lo principal. Mi suerte es sólo un pequeño ejemplo en la suerte común del pueblo soviético.
Al repasar todos los jalones de mi vida considero como el principal el que marca el comienzo de la cuenta que todos llevamos. ¡La revolución! La revolución dio a cada uno la posibilidad de probar sus fuerzas, de buscar, de comprender que es una parte del potencial creador del pueblo. Y cuando llegó la hora de defender esta principal conquista, sabíamos por lo que nos batíamos.
‘Jamás podrá ser derrotado un pueblo en el cual, los obreros y campesinos saben, sienten y ven que luchan por su propio poder, por el Poder soviético, el poder de los trabajadores, por la causa cuya victoria les asegurará a ellos y a sus hijos todos los beneficios de la cultura y todo lo que ha sido creado por el trabajo humano’.
Eso lo dijo Lenin. No he encontrado palabras mejores para terminar el libro”.
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