por Tulio Ribeiro. En Telesur
El fascismo muestra un balance complejo. Él pretendía representar una tercera vía entre el liberalismo-burgués y el comunismo. Nacido de un nacional-sindicalismo defendía el bien común ante el individual y condenaba la flacidez moral. Formado por un conjunto de fuerzas heterodoxas, se mantuvo en la defensa de la economía privada y respeto al patrimonio.
A pesar de que se haya construido a partir de una etapa de crisis con altos niveles de desempleo, precarización del trabajo, caída de la renta y aumento de la pobreza, el fascismo asciende a partir del sentimiento de injusticia social. Se desarrolla en un conjunto de narrativas dirigidas a la “masa de perdedores” y una culpabilidad referente al “otro”. El fascismo brasileño, que se presenta en nuestros días, centra su poder de movilización contra los homosexuales, feministas, habitantes de la región noreste, mujeres independientes y desposeídas en general, mostrando su carácter autoritario y anti democrático. Además de un discurso agresivo y contradictorio en defensa de la liberación de las armas para combatir la violencia, así como un fundamentalismo religioso reaccionario pentecostal.
Pero en la meseta económica, Mussolini incluso en su período de liberalismo salvaje, es superado por Jair Bolsonaro. En una economía inestable (1922), la política fascista apuntaba a un plan de sanear las cuentas públicas de forma drástica, frenar presiones inflacionarias, reducir el déficit público y fomentar las exportaciones. Mussolini, en este conjunto de objetivos invirtió en el capitalismo más profundo con el nombramiento del economista ortodoxo Alberto Stefani (1922-1925). El ministro contó con todo el apoyo para implementar el estadio más avanzado de libre mercado: la reducción de impuestos, incluso la parte que recae sobre la herencia, recorte drástico en los gastos del gobierno y una apertura amplia al exterior. La preocupación por el aumento de precios, llevó a la quema de 320 millones de papel moneda (lira), como un intento de valorización cambiaria. El régimen aceleró la privatización de sectores estratégicos como servicios telefónicos, compañías aseguradoras e incluso de la prensa estatal.
Al relacionar aquellas prácticas del fascismo en el siglo XX con Bolsonaro en la actualidad, es evidente que están cerca. Se parecen en muchos aspectos: ataque a opositores, incluso a través de la violencia de sus milicias, misoginia, prejuicio, destrucción de una estructura educativa, persecución a los inmigrantes e indígenas, homofobia y cultura de la violencia, odio o violación.
Sin embargo, en el campo de la economía, el sudamericano supera al europeo en políticas de destrucción de las estructuras económicas, abandono de la mayoría de la población e incluso una subordinación acentuada al capital extranjero, golpeando la soberanía nacional.
Brasil es un país continental con 208 millones de habitantes y un PIB de 443 mil millones de dólares (mayo / 2018). Una economía diversificada con protagonismo mundial en la agricultura, la ganadería, la construcción y el petróleo (pre-sal). Es poseedor de una gran infraestructura y una cadena industrial bastante amplia con un sector de servicios de los más lucrativos.
Esta realidad fue construida a través del nacional-desarrollismo, en gran parte por las instituciones existentes como el Banco do Brasil (fomento agricultura / pecuaria), Banco Caixa (vivienda), BNDES (principal inductor de la actividad productiva), red de universidades, empresas de investigación EMBRAPA) y grandes conglomerados nacionales o multinacionales.
En una embestida demoledora, la política de Bolsonaro consiste en quitar todo este amplio patrimonio que llevó a Brasil a ser la quinta economía mundial en el gobierno de Lula da Silva. En lo que se refiere al Banco de Brasil, creado aún en el Imperio, la intensión es venderlo al Bank of America (EEUU). Con el Banco Caixa, lo que se pretende es promover asociaciones que significan la cooptación por fondos de inversiones privadas, un claro indicio de la pérdida de su rol como principal agente financiero de la industria de la construcción en Brasil, lo que resulta en un claro beneficio a los oligopolios privados: bancos como Bradesco, Itaú y Santander.
El principal financiador de las exportaciones e industria, el BNDES prestó 23 mil millones de dólares a distintas empresas, en 2016, un banco que, con su carácter nacional, pudo posibilitar oportunidades para empresas brasileñas, llegando al punto de supertar el total del monto del Banco Mundial. El presidente electo pretende retirar la mitad de la cartera de préstamos transfiriendo recursos al gobierno central para pagar a los rentistas. Esto lo convertirá en un banco que facilitará nuevas privatizaciones.
Este conjunto de acciones al mismo tiempo que desorganiza la economía y su competitividad, liquida activos para quien va a absorber el mercado sin necesidad de enfrentarse a la competencia estatal. No sólo es privatizar, sino desnacionalizar al extremo. El ministro de economía del nuevo gobierno recibió del BNDES el “regalo” que el banco eligió su empresa (JGC) para operar una de las carteras de aplicación del banco (FIDC). Paulo Guedes ya es investigado por el ministerio público por gestionar un fondo que trajo un perjuicio millonario al Banco Caixa, que también desean privatizar. Lo que pone en claro, que en el nuevo gobierno, el público debe servir al privado.
El ministro hizo una maestría en Chicago la escuela que influenció las políticas de Pinochet en Chile (1973) y también las medidas de Víctor Paz Estenssoro en Bolivia (1985). Guedes vivió en Chile en 1980 cuando José Piñera, uno de los “Chicago Boys” y hermano del actual presidente Sebastián Piñera, implementó la privatización total de la previsión social decretada por el entonces dictador. El programa, que Guedes desea implantar en Brasil, constituye en la administración por oligopolio, llamado Fondo Privado de Pensión (AFP), un programa en que obligadamente los trabajadores tienen que contribuir mensualmente con10% de su sueldo sin ninguna contribución patronal. En el tiempo presente, después de treinta años de contribución, los chilenos tienen como resultado el hecho de que el 90% de los jubilados reciben menos de la mitad del sueldo mínimo, que gira en torno de 220 dólares. Por supuesto los militares están fuera de esa matemática macabra y en Brasil el sistema judicial tampoco va sufrir las consecuencias, ya que son las castas de apoyo a Bolsonaro.
Como pasa en Chile, en el futuro, Brasil también puede vivir una elevación en las tasas de suicidio fruto de la imposibilidad de sostener una vida digna. Al final la pobreza no está por no alcanzar alimentar a los necesitados, sino por la incapacidad de satisfacer a los adinerados.
Por último, es interesante percibir que al mismo tiempo que liquida el patrimonio de la nación por valores ínfimos, lo que va a imposibilitar que el pueblo brasileño tenga un futuro digno, destruyendo la competitividad de Brasil en el mundo globalizado. El fascismo brasileño crea un gran mercado al capital extranjero, ya sea con la privatización del sistema de pensiones, una industria cooptada y incluso con la aniquilación de las instituciones más importantes para el desarrollo nacional. Mientras Mussolini defendía la propiedad privada con interés nacional, Bolsonaro entrega la economía al capital extranjero y al rentismo internacional. Mussolini nunca saludó la bandera estadounidense ni se atrevió a privatizar con objetivo de destruir la nación.
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