Por Rolando Garrido Romo
Hoy las élites política, de seguridad y económica de Estados Unidos se encuentran en una encrucijada, que por lo que se ve, no sólo no saben resolver, sino que están decididas a extender con más decisiones y acciones contradictorias.
Por un lado, está la administración de Barack Obama que con cada día que pasa, pierde más poder en lo interno y externamente (lame duck), pues tanto dentro de su coalición gobernante, como en la de los republicanos, la lucha por la presidencia del país más poderoso del mundo se ha intensificado, y las decisiones y acciones del gobierno de Obama son criticadas, obstaculizadas y retadas a cada paso.
Así, su intento por lograr el famoso “fast track” para aprobar (o en su caso rechazar) sin enmiendas, de parte del Congreso, los Tratados Transpacífico (Trans Pacific Partnership) y el Transatlántico de Comercio y de Inversión con la Unión Europea (TIIP por sus siglas en inglés), fue detenido, pues la Cámara de Representantes votó en contra de un proyecto de ley (12 de junio) en el que se debía ratificar el famoso “fase track” para aprobar estos tratados, pero que estaba “camuflado” en un proyecto para adiestramiento y ayuda financiera a los trabajadores que pierdan su empleo, a causa de los tratados comerciales.
La votación fue 302 en contra y 126 a favor, con una mayoría de demócratas (y varios republicanos), rechazando la propuesta de Obama.
Recordemos que ambos tratados han sido impulsados y de hecho, redactados por las grandes corporaciones de Estados Unidos, Europa y Japón, con objeto de limitar al máximo la capacidad soberana de los Estados para regularlas en materia laboral, ambiental y de salud, estableciendo una serie de mecanismos “compensatorios”, que les permitiría demandar ante tribunales “ad hoc” (esto es prácticamente conformados por las mismas corporaciones), a los países que emitieran regulaciones que afecten o pudieran afectar las utilidades presentes y futuras de estas corporaciones, con lo que los gobiernos se convertirán en rehenes de las ganancias de las multinacionales, sin importar cómo se deteriore la salud de la población, el equilibrio ambiental, y ya ni se diga los derechos más elementales de los trabajadores.
Pues bien, se ha iniciado un debate dentro de las mismas élites estadounidenses sobre este punto, pues por ejemplo la precandidata demócrata a la presidencia, Hillary Clinton, no apoya decididamente estos tratados, pues sabe que tendrán una repercusión nefasta en el empleo y en el nivel de vida de las clases trabajadoras estadounidenses, y al menos por ahora ha decidido mantenerse al margen de apoyar a Obama en esta política.
Así también, muchos legisladores demócratas ven riesgos en aprobar sin enmiendas estos tratados y han preferido poner un freno, al menos temporal, a las desbocadas ambiciones de las corporaciones multinacionales.
Incluso el nuevo contendiente por la candidatura presidencial republicana, el multimillonario del sector inmobiliario, Donald Trump, se ha lanzado con todo contra estos tratados, señalando que sólo servirán para “exportar” empleo a otros países.
Así, una política que ha sido impulsada por Obama y apoyada por la mayoría de la coalición de intereses empresariales y neoconservadores que dominan al Partido Republicano, ha comenzado a encontrar sus obstáculos tanto entre los grupos que nominalmente apoyan al presidente, como entre algunos sectores republicanos que consideran que se ha excedido en la política en favor de la “globalización económica”.
En el ámbito de la “guerra contra el Terrorismo”, está claro que Washington está en medio de un caos, propiciado por sus propios errores y políticas contradictorias, así como por los intereses de varios de sus aliados en diferentes regiones del mundo.
Primero, Obama y su administración, apoyada por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania, han impulsado desde hace dos años un acuerdo con Irán para asegurar, principalmente a Israel, Arabia Saudita, los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, Turquía, Jordania y Egipto, que Teherán no podrá fabricar armamento nuclear, y que su programa de energía nuclear estará monitoreado permanentemente para evitar que eso suceda.
Eso no es suficiente para Israel y los países árabes sunnitas que tienen una competencia estratégica con el gobierno de Teherán en todo el Medio Oriente, por lo que han logrado obligar a Washington a que los “compense” por la aceptación tácita de dicho acuerdo, con enormes ventas de armamento y financiamiento para comprarlo.
Así también, han conseguido que Washington los apoye en sus acciones contra los que consideran “aliados” de Teherán, ya sea los Houthis en Yemen, a los que el gobierno de Arabia está bombardeando incesantemente, con el apoyo logístico de Washington; o los ataques de Israel a Hezbollah en Líbano (se espera en los próximos meses una ofensiva mayor de Israel, aprovechando que Hezbollah tiene que combatir en varios frentes contra los yihadistas de diferente signo, que combaten a su aliado, el régimen de Bashar el Assad en Siria).
Al mismo tiempo Washington, junto con Gran Bretaña y Francia están armando y entrenando una supuesta oposición “moderada” siria (Coalición Nacional Siria), contra el régimen de Assad, que hasta el momento no ha podido materializarse en acciones relevantes en el campo de batalla, que es dominado por las fuerzas del Estado Islámico, Al Nusra (aliado de Al Qaeda y apoyado por Israel) y una recién conformada coalición de grupos apoyada por Arabia Saudita.
Y sin embargo, Washington conformó una supuesta coalición de países para combatir al Estado Islámico, principalmente en Irak, apoyando al gobierno mayoritariamente chiíta de Bagdad, cuyo principal aliado en la lucha contra el Estado Islámico es paradójicamente Irán.
Así, ahora se ha intensificado en Estados Unidos el debate sobre qué hacer para combatir, contener, “degradar”, etc. al Estado Islámico, que supuestamente hace un año era la más grande amenaza a la seguridad de Estados Unidos, pero que ahora, el propio Obama señala que no tiene una estrategia definida para combatirlo, pues está esperando a que Irak asuma su responsabilidad principal para hacerlo, cuando la realidad es que el gobierno iraquí es una ficción que sobrevive gracias a dos países que por un lado negocian un acuerdo en materia nuclear, y por el otro son “enemigos” en diversos frentes del Medio Oriente, esto es: Estados Unidos e Irán.
Para colmo los “aliados” de Estados Unidos en el Medio Oriente, tales como Israel y Arabia Saudita, están coaligados y decididos a hacer fracasar el acuerdo nuclear con Irán (aunque ya convencieron a Washington de compensarlos con armamento y financiamiento para comprarlo), y al mismo tiempo apoyan con dinero y logísticamente a grupos de radicales islámicos (como los que luchan contra Bashar el Assad en Siria), a los que Estados Unidos considera grupos terroristas, y que incluso ha atacado con bombardeos (el caso de Al Nusra).
Los republicanos (especialmente los 13 precandidatos a la presidencia), están criticando duramente a Obama por no hacer más para destruir al Estado Islámico que sigue obteniendo territorio tanto en Siria como en Irak; pero al mismo tiempo ese Estado Islámico está atacando posiciones del ejército y las milicias chiítas de Irak, que son apoyadas por Irán, al cual esos mismos republicanos acusan de querer extender su influencia desde Teherán hasta el Mediterráneo, por lo que claman por detenerlo.
Las contradicciones en el discurso y en las propuestas de buena parte del establecimiento político de Estados Unidos son evidentes, y por ello no pueden salir de la encrucijada en que se han metido, pero lo que siempre falta es la honestidad para reconocerlo, por lo que se prefiere mantener este discurso esquizofrénico en el que por un lado se afirma que hay que detener, aislar y combatir a Irán en todos los frentes, mientras por otro lado se requiere de la colaboración iraní para combatir al Estado Islámico; o se ataca a grupos considerados terroristas, aliados de Al Qaeda, como Al Nusra, pero al mismo tiempo el principal “aliado “ de Estados Unidos en la región, Israel, apoya logísticamente (y quizás hasta con armamento) a este mismo grupo, que combate tanto a Assad, como al Estado Islámico.
El caso de Ucrania es otro ejemplo de la forma en que Washington ha intentado escalar un conflicto, y comprometer en él a sus aliados de la OTAN, con objeto de mantener un cerco (político, económico y militar) alrededor de Rusia, que evite que este país pueda seguir desarrollando sus diferentes potencialidades a nivel regional e incluso mundial.
Lo que ha logrado Washington hasta ahora con el caso ucraniano, es quebrar a este país, pues el conflicto con las provincias del Este y el establecimiento dela “austeridad” dictada por el Fondo Monetario Internacional, están hundiendo a la economía, que tendrá que sobrevivir con recursos de Occidente, los cuales muy probablemente se irán al foso de la corrupción, las trasnacionales que están haciendo grandes negocios y al bolsillo de los oligarcas y los políticos.
Pero el conflicto también le ha servido al complejo militar-industrial, pues ahora los países satélites de la OTAN en las inmediaciones de Rusia (los países Bálticos, Georgia, Rumania, etc.), están haciendo pedidos de armas y sistemas defensivos ante la supuesta “amenaza rusa”, con lo que el negocio de la guerra sigue viento en popa, aunque la realidad geoestratégica se ve cada vez más amenazada por conflictos artificiales y por decisiones que sólo favorecen a pequeños, pero poderosos grupos de interés, y no a las poblaciones de los distintos países involucrados.
Entre ese estira y afloja en el que se encuentran las élites estadounidenses en materia de política exterior, de defensa y de relaciones económicas con el exterior, se está gestando una nueva crisis económica en Estados Unidos, que repercutirá otra vez en todo el mundo.
Con una deuda descomunal de más de 18 trillones de dólares (millones de millones de dólares), un mercado bursátil que ha mantenido ganancias estratosféricas en los últimos años, gracias a que la Reserva Federal ha mantenido prácticamente en 0 las tasas de interés, con lo que el sector financiero de Estados Unidos ha conseguido cientos de miles de millones de dólares prácticamente regalados (en vista de que la Reserva Federal se ha dado a la tarea de “inventar” dinero, sin respaldo alguno en la producción de bienes y servicios, a través de sus famosos QuantitativeEasing -QE- que sólo sirvieron para la recompra de acciones de las multinacionales, elevando así sus precios en la bolsa, pero no para estimular el crecimiento de la economía real) y un gasto estratosférico en armas y material bélico, que no ha tenido una repercusión multiplicadora en el resto de la economía, es muy factible que en los próximos meses, todos estos excesos le cobren su factura a los Estados Unidos; pero como siempre buscarán que el resto del mundo pague por ello.
Así, con una lucha política interna exacerbada por la presidencia del país; con decisiones contradictorias, extralimitándose en su verdadera capacidad de moldear o influir en el resto del mundo; con conflictos serios en puerta (seguir escalando el conflicto en Ucrania podría llevar a uno mayor con Rusia; no llegar a un acuerdo con Irán, podría desembocar en una nueva guerra en el Medio Oriente, instigada por Israel, Arabia y sus aliados del Golfo Pérsico; mantener la presión en el Mar del Sur de China, puede provocar incidentes que generen un conflicto militar mayor con el gobierno de Beijing), y con una ideología predominantemente militarista y confrontacionista en el establecimiento político de Washington, una crisis económica mayúscula vendría a conformar un “coctel explosivo” que significaría una crisis sistémica de gran calado en Estados Unidos, con consecuencias imprevisibles para la paz mundial.
Desgraciadamente no se percibe en la élite dirigente de ese país el talento, la agudeza intelectual y mucho menos la valentía para tomar decisiones que reviertan el curso de catástrofe que lleva ahora Estados Unidos y que puede generar en el resto del mundo una crisis de enorme trascendencia para la paz y bienestar del planeta.
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