por Manlio Dinucci. En Red Voltaire. Fuente: Il Manifesto
En este periodo de cambios acelerados en las posiciones internacionales, es importante no dejarse cegar por tal o mas cual elemento y mantener una visión de conjunto de todo lo que va aconteciendo. Observando simultáneamente lo que sucede en el G7, la OTAN y la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), el geógrafo italiano Manlio Dinucci muestra la dirección que han escogido las potencias occidentales.
Mientras el G7 parece a punto de estallar por cuestiones de derechos de aduana, las mismas potencias occidentales que reñían en Quebec cerraban filas en Bruselas reforzando la OTAN y su red de asociados.
La proposición táctica de Donald Trump de reinstaurar el G8 –incorporando a Rusia en un G7+1… y separándola de China– fue rechazada por los líderes europeos y por la propia Unión Europea, que temen verse traicionados más tarde por algún tipo de arreglo de Washington con Moscú. El único que aprobó inicialmente la proposición fue el nuevo primer ministro italiano, a quien Trump calificó enseguida de «buen muchacho», antes de invitarlo a la Casa Blanca.
No obstanto, se mantiene una estrategia común. Así lo confirman las últimas decisiones de la OTAN, cuyos principales miembros son precisamente Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia, además de tener al Japón como «asociado», o sea que cuenta con todas las potencias del G7.
La reunión de los 29 ministros de Defensa de la OTAN (Italia estuvo representada por Elisabetta Trenta, del Movimiento 5 Estrellas) decidió por unimidad, el 7 de junio, reforzar la estructura de mando, en función anti-rusa, aumentando su personal en más de 1 200 unidades; constituir un nuevo Mando Conjunto para el Atlántico, en Norfolk (Estados Unidos), contra «los submarinos rusos que amenazan las líneas marítimas de comunicación entre Estados Unidos y Europa»; crear un nuevo Mando Logístico, en Ulm (Alemania), como «disuasión» contra Rusia, con la misión de «desplazar más rápidamente las tropas a través de Europa ante cualquier conflicto».
La «movilidad militar» es tema central de la cooperación entre la OTAN y la Unión Europea y se verá fortalecida en julio por un nuevo acuerdo. De aquí al 2020, la OTAN dispondrá en Europa de 30 batallones mecanizados, 30 escuadrillas aéreas y 30 navíos de combate, que podrán desplegarse contra Rusia en 30 días o menos. Es para eso que, a pedido de Estados Unidos, los miembros europeos de la OTAN y Canadá han incrementado sus gastos militares en 87 000 millones de dólares desde 2014 y se comprometen a seguir elevándolos. Alemania los elevará en 2019 a un promedio de 114 millones de euros diarios y prevé aumentarlos en un 80% de aquí al 2024.
Mientras riñen sobre derechos de aduana con Estados Unidos en la cumbre del G7, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Canadá e Italia participan en Europa –bajo las órdenes de Estados Unidos y del 3 al 15 de junio– en el ejercicio militar Saber Strike, que se desarrolla con el despliegue de 18 soldados de 19 países en Polonia y en el Báltico, peligrosamente cerca del territorio ruso. Esos mismos países y Japón, entre ellos los otros seis miembros del G7, participarán además en el Pacífico, también bajo las órdenes de Estados Unidos en el ejercicio naval más grande del mundo, RIMPAC 2018, que apunta directamente a China.
Por primera vez participan en esos ensayos de guerra, desde Europa hasta el Pacífico, fuerzas militares israelíes. Las potencias occidentales, incluso divididas por conflictos de intereses, constituyen un frente común para conservar a cualquier precio –aunque ese precio sea la guerra, lo cual parece cada vez más probable– el dominio imperial sobre el mundo, dominio actualmente en peligro debido al ascenso de nuevos actores.
Y mientras que los países del G7 reñían en Canadá sobre la cuestión de los derechos de aduana, en Pekín, China y Rusia se planteaban nuevos acuerdos económicos. China es el primer socio comercial de Rusia, que es a su vez el más importante proveedor energético de China. Los intercambios entre esos dos países aumentarán hasta unos 100 000 millones de dólares. China y Rusia cooperan para desarrollar la «Nueva Ruta de la Seda» a través de 70 países de Asia, Europa y África. Ese proyecto –que, para el presidente chino Xi Jinping contribuye a «un orden mundial multipolar y a relaciones internacionales más democráticas»– encuentra la oposición común de Estados Unidos y la Unión Europea: 27 de los 28 embajadores de la Unión Europea afirman que ese proyecto viola el libre comercio y trata de dividir Europa.
No es el G7 el que está crisis sino el orden mundial unipolar impuesto por Occidente.
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