por Manlio Dinucci, en Red Voltaire
Al inicio de la conquista del espacio, las grandes potencias acordaron en la ONU que no habría armas en el espacio. A pesar de ello, sin que se sepa si ese país ha violado o no ese principio, Estados Unidos ha desplegado toda una gama de armamento destinado a destruir los satélites “enemigos”, supuestamente desde la Tierra.
En el imaginario colectivo, las armas espaciales son las que hemos visto en las películas de ciencia ficción de la saga La Guerra de las Galaxias. Pero, sin que nos diésemos cuenta, porque de eso no se habla en los medios de comunicación, ese tipo de armas se ha hecho realidad.
La carrera armamentista, incluyendo el armamento nuclear, hace tiempo que se ha extendido al espacio. La encabeza Estados Unidos, que apunta cada vez con más empeño al control militar del espacio. El 16 de junio de 2017, inmediatamente después de asumir su cargo, la nueva secretaria adjunta a cargo de la fuerza aérea de Estados Unidos, la señora Heather Wilson, anunció una reorganización general destinada a reforzar las operaciones espaciales integrándolas más y más a las de la US Air Force. Objetivo declarado: «Organizar y entrenar fuerzas capaces de vencer en cualquier futuro conflicto que pueda extenderse al espacio».
El responsable de los sistemas militares espaciales es el Mando Estratégico (StratCom), que es también responsable del armamento nuclear y de las ciberarmas. «Tenemos fuerzas espaciales y ciberespaciales superiores que son fundamentales para el estilo de guerra estadounidense en cada teatro de operaciones en el mundo entero», escribió en febrero pasado el comandante del StratCom, general John Hyten, subrayando que «nuestras fuerzas nucleares son seguras y están listas en todo momento» y que «si fallara la disuasión, estamos dispuestos a utilizarlas».
Para los estrategas del Pentágono, tener la superioridad en el espacio significa ser capaces de atacar a un adversario militarmente fuerte, paralizar sus defensas, golpearlo con armas nucleares y, si fuese un adversario dotado también de armamento nuclear, neutralizar su respuesta. Para lograr ese objetivo, el Pentágono está incorporando armas nucleares, sistemas espaciales y ciberarmas a la «gama completa de las capacidades globales de ataque», tanto en la Tierra como en el espacio.
El 7 de mayo, después de 718 días en órbita alrededor de la Tierra, aterrizó en Cabo Cañaveral el transbordador espacial robot X-37B de la US Air Force, capaz de maniobrar en el espacio y de regresar a su base de forma autónoma. Los más grandes expertos estiman que el transbordador espacial robot X-37B –que acaba de realizar en el espacio su cuarta misión «top secret»– sirve probablemente para experimentar con armas destinadas a destruir los satélites enemigos y «cegar» así al enemigo en el momento de atacarlo.
Al mismo tiempo, están en fase de desarrollo varias armas laser, ya sometidas a ensayos por el navío USS Ponce en el Golfo Pérsico. La firma Lockheed Martin anunció el 16 de marzo que ha fabricado un potente sistema de laser que será instalado en un vehículo especial de las fuerzas terrestres estadounidenses para la realización de una serie de pruebas. También en marzo, el general Brad Webb declaró que este mismo año un avión AC-130 recibirá un arma de laser para la realización de ataques contra objetivos terrestres. El 3 de abril, científicos de la universidad Macquaries dijeron haber creado en laboratorio un súper laser similar al de la «Estrella de la Muerte» de La Guerra de las Galaxias, destinado a futuras aplicaciones espaciales.
Estados Unidos lleva ventaja en ese sector. Pero, como sucede con todos los sistemas de armas, otros países, principalmente Rusia y China, están desarrollando tecnologías militares similares. En 2008, Moscú y Pekín propusieron un acuerdo internacional para impedir el despliegue de armas en el espacio. Pero la administración Bush y más tarde la administración Obama se negaron a abrir negociaciones en ese sentido.
O sea, mientras que en la sede de la ONU se desarrolla una negociación para lograr la prohibición jurídica de las armas nucleares –negociación en la que no participan las potencias nucleares, ni los países miembros de la OTAN– por otro lado sigue acelerándose, impulsada por Estados Unidos, la carrera para la militarización del espacio, que forma parte de la preparación de la guerra nuclear.
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