por Redacción del diario en línea de la Fundación para la Cultura Estratégica. En diario en línea de la Fundación para la Cultura Estratégica. Traducción de Leonardo Del Grosso
La ruptura de época esta semana en la Iglesia Cristiana Ortodoxa ha hecho que algunos comentaristas lo consideren el más grande evento desde el Gran Cisma, en el siglo XI.
La última histórica bifurcación, hace casi un milenio, fue cuando la Iglesia Cristiana unitaria se dividió en los hemisferios occidental y oriental, cada uno centrado posteriormente en Roma y Constantinopla, respectivamente.
Esa escala de tiempo sugiere la magnitud y la gravedad de la ruptura de esta semana, cuando la Iglesia Ortodoxa Rusa decretó que ya no podía estar en comunión con el Patriarcado de Constantinopla.
El movimiento ruso fue motivado por el controvertido reconocimiento, por parte de Constantinopla, de las iglesias ucranianas separatistas, que han estado en cisma con el Patriarcado de Moscú desde hace varios años.
Para muchas personas en el mundo occidental, estos desarrollos pueden parecer más bien oscuros, o incluso intrascendentes. Pero son un resultado directo de la geopolítica, que está echando aún más combustible a las tensiones internacionales.
En particular, la dinámica sigue los implacables intentos de la alianza militar de la OTAN, liderada por Estados Unidos, para traer a los antiguos países soviéticos a la órbita geopolítica de Washington.
El uso de la religión como vehículo para la conquista imperial no es nada nuevo. Siglos atestiguan sobre ese asunto indecoroso.
Más recientemente, cuando la Unión Soviética se desintegró a principios de la década de 1990, el Vaticano (Roma) y los poderes políticos occidentales explotaron el desmembramiento de Yugoslavia para socavar a la Iglesia Ortodoxa serbia y para invadir la esfera de influencia de Rusia religiosamente pero, principalmente, políticamente.
Desde principios de la década de 1990 el cisma de las iglesias ucranianas con Rusia ha sido impulsado por la OTAN y la agenda política partidista de Kiev para repudiar a Moscú. La guerra fría no murió. Fue resucitada por medios religiosos.
Desde el golpe de estado respaldado por la CIA en Kiev en 2014, dado por facciones neonazis, las tensiones religiosas sectarias se han intensificado, con las iglesias ucranianas expropiando propiedades y santidades pertenecientes tradicionalmente a la Iglesia Rusa. Históricamente, el Patriarcado de Moscú ha incluido a Kiev bajo su jurisdicción religiosa.
Constantinopla (la actual Estambul) es la cabeza titular de la Iglesia Ortodoxa en general. Su movimiento a principios de este mes para otorgar reconocimiento a las iglesias ucranianas como independientes de Rusia fue reprochado esta semana por el Patriarcado de Moscú como ilegal y una violación de su autoridad clerical. Ese movimiento ahora ha llevado a la ruptura de época entre Rusia y Constantinopla, que supervisa a la Iglesia Ortodoxa Griega.
El presente cisma es una fractura extremadamente lamentable de toda la Iglesia Ortodoxa, que cuenta con unos 300 millones de personas en varios países. El Patriarcado Ruso, al anunciar la ruptura con Constantinopla esta semana, ha expresado el deseo de que el sentido común prevalezca en el futuro, y la reconciliación.
Sin embargo, hay serias implicaciones desde el último cisma. Existe un peligro real de una polarización sectaria aún más aguda en la sociedad ucraniana y, más ampliamente, en toda Europa del Este. No obstante la existencia de las Iglesias separatistas bajo Kiev, muchos ucranianos todavía profesan su adherencia a la fe Ortodoxa Rusa y al Patriarcado de Moscú.
Resulta ominoso que el Patriarcado de Kiev exija ahora a los ucranianos que repudien a la Iglesia Rusa. Eso agudizará aún más la división Occidente-Oriente dentro de ese país. Las tensiones sectarias reflejan la creciente beligerancia de la actual dirección política de Kiev hacia el pueblo étnico ruso del Este de Ucrania.
Qué deplorable que las supuestas aspiraciones religiosas están sumando para los tambores de la guerra.
Una vez más, se debe enfatizar que la agenda de Washington y la OTAN de incluir a Kiev en sus filas es un factor clave de por qué las tensiones religiosas han estallado en una ruptura. Eso, a su vez, está conduciendo a más divisiones y conflictos en Ucrania.
La ironía aquí es que Washington y otras capitales occidentales acusan a Rusia de interferencia en sus países, cuando en realidad la mucho más extendida interferencia proviene desde Occidente en Rusia y su región, como se puede ver en el trascendental cisma en la Iglesia Ortodoxa.
Otro factor es que el cisma ortodoxo está en consonancia con la agenda de Washington y la OTAN de tratar de aislar geopolíticamente a Rusia. Fomentando una ruptura en la unidad ortodoxa, se calcula que la Iglesia Rusa y el liderazgo político del presidente Vladimir Putin se verán como más aislados internacionalmente.
Este asalto inspirado por la OTAN contra la posición religiosa de Rusia está sin duda relacionado con la guerra en Siria. La intervención militar de Rusia en Siria desde finales de 2015 es vista por los cristianos ortodoxos en la región, así como por otras confesiones, como una salvación de ese país de una guerra secreta y sucia patrocinada por la OTAN utilizando proxies islámicos bárbaros.
La última intriga para socavar y fracturar a la Iglesia Ortodoxa, en particular a Rusia, es un asalto muy peligroso, por no decir reprensible, a la estabilidad interna de los países, desde Oriente Medio, África, hasta Asia.
Al socavar las instituciones religiosas y forzar la polarización sectaria, se está manipulando el tejido de las sociedades. Esa inestabilidad potencial está siendo impulsada por la agenda de Washington y la OTAN de tratar de debilitar a Rusia bajo Putin, quien es visto como un serio obstáculo para la deseada hegemonía global de Estados Unidos.
Las impías intrigas en la Iglesia Ortodoxa están invadidas por objetivos políticos completamente irreligiosos y profanos. Es una pena que los Patriarcados de Constantinopla y Kiev estén evidentemente dispuestos a hacer un pacto interesado y egoísta con el diablo de las ambiciones imperialistas extranjeras.
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