Por Pepe Escobar
Todo comenzó en abril con una erupción de acuerdos entre Argentina y Rusia durante la visita de la presidenta Cristina Kirchner a Moscú.
Y siguió con una explosión de inversiones por $ 53 mil millones con la visita del primer ministro chino Li Keqiang a Brasil durante la primera parada de una nueva ofensiva comercial por América del Sur – con una dulce metáfora: Li a bordo de un tren del metro hecho en China viajando en una nueva línea de metro en Río de Janeiro antes de los Juegos Olímpicos de 2016.
¿Dónde está EE.UU. en todo esto? En ninguna parte; poco a poco, pero inexorablemente, los miembros del BRICS China -y en una menor medida, Rusia- han estado nada menos que reestructurando el comercio y la infraestructura en toda América Latina.
Innumerables misiones comerciales chinas han estado navegando estas costas sin parar, tanto como lo hicieron los Estados Unidos entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En una reunión clave en enero con líderes empresariales de América Latina, el presidente Xi Jinping se comprometió a canalizar $ 250.000 millones para proyectos de infraestructura en los próximos 10 años.
Todos los principales proyectos de infraestructura en América Latina están siendo financiados por capital chino – excepto el puerto de Mariel, en Cuba, cuyo financiamiento proviene del BNDES de Brasil y cuyo funcionamiento será gestionado por el operador portuario de Singapur PSA International Pte Ltd. La construcción del canal de Nicaragua -más grande, más amplio y más profundo que el de Panamá- iniciado el año pasado por una empresa de Hong Kong, será culminado para 2019. Argentina, por su parte, logró un acuerdo con China por $4.700 millones para la construcción de dos represas hidroeléctricas en la Patagonia.
Entre los 35 acuerdos alcanzados durante la visita de Li a Brasil, estuvo el financiamiento por $ 7.000 millones de dólares para la gigante petrolera brasilera Petrobras; 22 aviones comerciales Brasileros Embraer para ser vendidos a Tianjin Airlines por $ 1,3 mil millones de dólares; y una serie de acuerdos que implican al mayor productor de mineral de hierro Vale. La inversión china podría de alguna manera reformar la espantosa red de carreteras, ferrocarriles y puertos de Brasil; los aeropuertos están ligeramente en mejores condiciones debido a las mejoras previas a la Copa del Mundo del año pasado.
La estrella de todo el espectáculo es sin duda la propuesta del mega-tren Atlántico-Pacífico de $ 30 mil millones de dolares y 3.500 kilómetros de largo, que está programado para funcionar desde el puerto brasileño de Santos hasta el puerto peruano de Ilo en el Pacífico a través de la Amazonia. Logísticamente, este es una necesidad para Brasil, ofreciéndole una puerta de entrada al Pacífico. Los ganadores serán inevitablemente los productores de materias primas -desde mineral de hierro hasta semillas de soja- para exportación a Asia, principalmente a China.
El ferrocarril del Atlántico al Pacífico puede ser un proyecto extremadamente complejo -que implica todo, desde cuestiones ambientales y de derechos de propiedad a, sobre todo, la preferencia por las empresas chinas cada vez que los bancos chinos discuten la ampliación de líneas de crédito. Pero esta vez, es una oportunidad. Los sospechosos habituales están -¿qué más?- preocupados.
Observar la geopolítica.
La política oficial de Brasil, desde los años de Lula, ha sido la de atraer las mejores inversiones chinas. China es el principal socio comercial de Brasil desde el año 2009; solía ser Estados Unidos. La tendencia comenzó con la producción de alimentos, ahora se traslada a la inversión en puertos y ferrocarriles, y la próxima etapa será la transferencia de tecnología. El Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y el Banco de Inversiones en Infraestructura de Asia (BAII) liderado por China, de los cuales Brasil es un miembro fundador clave, sin duda serán parte del gran cuadro.
El problema es que esta masiva interacción comercial de los BRICS se cruza con un proceso político muy complicado. Las tres principales potencias de América del Sur -Brasil, Argentina y Venezuela, que también son miembros del Mercosur- han estado enfrentando repetidos intentos de “desestabilización” por parte de los mismos de siempre, quienes rutinariamente denuncian la política exterior de los presidentes Dilma Rousseff, Cristina Kirchner y Nicolás Maduro y anhelan los viejos tiempos de una relación de dependencia con Washington.
Con diferentes grados de complejidad -y luchas internas- Brasilia, Buenos Aires y Caracas están todos enfrentando simultáneamente complots contra el orden institucional. Los sospechosos de siempre ni siquiera tratan de disimular su casi total distanciamiento diplomático de los tres principales de América del Sur.
Venezuela, bajo sanciones de Estados Unidos, es considerada una amenaza para la seguridad nacional de EE.UU. -algo que ni siquiera califica como un mal chiste. Kirchner ha estado bajo asedio diplomático incesante -por no hablar de los fondos buitre estadounidenses apuntados contra Argentina. Y con Brasilia, las relaciones están prácticamente congeladas desde septiembre de 2013, cuando Rousseff suspendió una visita a Washington en respuesta al espionaje de la NSA a Petrobras, y a su persona.
Y eso nos lleva a un tema geoestratégico crucial -hasta ahora sin resolver.
El espionaje de la NSA pudo haber filtrado información confidencial con el propósito de desestabilizar el programa de desarrollo de Brasil -que incluye, en el caso de Petrobras, la exploración de los mayores yacimientos de petróleo (el pre-sal) encontrados hasta ahora en el joven siglo XXI.
La importancia de lo que esto entraña deriva de que Brasil es la segunda economía más grande en las Américas (después de los EE.UU.); es la mayor potencia comercial y financiera de América Latina; alberga el antiguo segundo mayor banco de desarrollo del mundo, el BNDES, ahora superado por el banco BRICS; y también alberga la mayor empresa de América Latina, Petrobras, también uno de los principales gigantes energéticos del mundo.
El núcleo duro de presión contra Petrobras proviene esencialmente de los accionistas estadounidenses -que actúan como los buitres habituales, empeñados en desangrar a la empresa y beneficiarse de ello, aliados con los grupos de presión que detestan la condición de Petrobras como el explorador prioritario de los yacimientos del pre-sal.
En pocas palabras, Brasil es la última gran frontera soberana contra la ilimitada dominación hegemónica en las Américas. El Imperio del Caos tenía que estar molesto.
Subirse a la ola continental
La asociación estratégica en constante evolución de las naciones BRICS ha sido vista por los círculos de Washington, no sólo con incredulidad, sino con miedo. Es virtualmente imposible para Washington hacerle verdadero daño a China -pero es mucho más “fácil”, comparativamente, en el caso de Brasil o Rusia. A pesar de que la ira de Washington apunta esencialmente a China -que se ha atrevido a alcanzar acuerdo tras acuerdo en el antiguo “patio trasero de Estados Unidos”.
Una vez más, la estrategia china -así como la de Rusia- es mantener la calma y llevar la propuesta del “ganar-ganar”. Xi Jinping, se reunió con Maduro en enero para hacer -qué más- ofertas. Se reunió con Cristina Kirchner en febrero para hacer lo mismo -justo cuando los especuladores estaban a punto de desencadenar otro ataque contra el peso argentino. Ahora está la visita de Li a América del Sur.
No hace falta decir que el comercio entre América del Sur y China sigue en aumento. Argentina exporta alimentos y soja; Brasil lo mismo, además de petróleo, minerales y madera; Colombia vende petróleo y minerales; Perú y Chile, cobre y hierro; Venezuela vende petróleo; Bolivia, minerales. China exporta productos terminados, en su mayoría de alto valor agregado.
Un desarrollo clave a observar en el futuro inmediato es el proyecto Transul, que fue propuesto por primera vez en una conferencia de los BRICS el año pasado en Río. Todo se reduce a una alianza estratégica Brasil-China vinculando el desarrollo industrial brasileño a la externalización parcial de metales a China; ya que los chinos están aumentando su demanda -están construyendo nada menos que 30 megalópolis hasta 2030- que será satisfecha por las empresas brasileñas o chino-brasileñas. Beijing finalmente ha dado su sello de aprobación.
Así que el Gran Panorama a largo plazo permanece inexorable; los BRICS y las naciones de América del Sur -que convergen en la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas)- están apostando por un orden mundial multipolar, y un proceso continental de independencia.
Es fácil ver que tan lejos están los océanos de la doctrina Monroe.
Publicado el 22 de mayo en rt.com
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