Por Rolando Garrido Romo
La visita del presidente de México Enrique Peña Nieto a Estados Unidos y su encuentro con el presidente Barack Obama (6 de enero) marca el inicio de la segunda fase de integración de la economía mexicana con la de Estados Unidos, después de 20 años de que ha estado en vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA por su siglas en inglés).
El objetivo de la élite financiera-económica y política de Estados Unidos es completar la subordinación de la economía mexicana a las necesidades de Estados Unidos, en momentos en que la competencia global con China y en términos más generales con los países denominados BRICS -y la confrontación con Rusia, obligan a Washington y sus aliados a asegurar la mayor cantidad de recursos naturales, financieros y productivos, así como su presencia hegemónica en áreas consideradas bajo su influencia, para enfrentar dicho desafío.
En Octubre del 2013 el Consejo de Relaciones Internacionales (Council on Foreign Relations con sede en Nueva York, cuyos presidentes son Carla Hills ex negociadora del NAFTA, actualmente asesora de la aseguradora AIG y de JP Morgan y Robert Rubin, ex secretario del Tesoro con Bill Clinton y ex presidente de Citigroup) estableció una “fuerza de tarea” (task force) para impulsar la integración económica entre Estados Unidos, Canadá y México.
Su principal objetivo es convencer a los miembros más prominentes del establecimiento político estadounidense de que este es el momento de acelerar el proceso de integración entre las tres economías, aprovechando especialmente que Estados Unidos ha aumentado significativamente su producción de hidrocarburos, que Canadá cuenta con grandes yacimientos de arenas bituminosas y que México ha reformado su sector energético para permitir la entrada de capital privado a la producción, distribución y comercialización de hidrocarburos.
Dicha “fuerza de tarea” está dirigida por el General David Petraeus, ex comandante de las fuerzas intervencionistas estadounidenses en Irak y ex director de la CIA, y actual director del Global Institute de la inversora KKR and Co (maneja recursos por más de 90 mil millones de dólares), que dirigen Henry Kravis (judío estadounidense, con una fortuna de 5000 millones de dólares) y su primo George Roberts; acompaña a Petraeus como codirector de la “fuerza de tarea”, Robert Zoellick ex presidente del Banco Mundial y actualmente presidente del grupo de asesores internacionales de la financiera Goldman Sachs.
Como se puede apreciar por los nombres que incluimos hasta ahora, todos los involucrados representan a grupos económicos y de poder político en Washington y Nueva York que buscan aprovechar el tema energético para hacer aún más negocios para las corporaciones a las que representan en Estados Unidos, y especialmente fortalecer la posición económica, geopolítica y militar de Estados Unidos en su competencia global con China y Rusia.
Petraeus y Zoellick propusieron en un reporte sobre este tema, en octubre del 2014, crear oficinas para Norteamérica dentro del Consejo de Seguridad Nacional, dirigidas por una especie de “zar”, que se encargaría de impulsar el tema de la integración económica norteamericana a través de los distintos departamentos y niveles del gobierno estadounidense.
Asimismo, desean fomentar la creación de infraestructura transfronteriza compartida en materia de hidrocarburos, como el oleoducto Keystone XL, que se construiría desde Alberta, Canadá, hasta el Sur y Medio Oeste de Estados Unidos.
En el reporte también se propugna por establecer una seguridad compartida, buscando que se refuerce un “perímetro” de Norteamérica y de la misma forma “ayudar” a México a resolver su problema en materia de combate al crimen organizado y en el establecimiento de un Estado de Derecho efectivo.
Proponen también que los tres países coordinen su política exterior para negociar en conjunto tratados como el Trans Pacífico y el de Integración con Europa.
Si bien, hay resistencia en diferentes sectores políticos de Estados Unidos, especialmente en materia migratoria por parte de los republicanos (tema que casi no tocan Petraeus y Zoellick, sólo proponiendo una mayor facilidad para la movilidad de “profesionistas y técnicos calificados”) y en materia de condiciones laborales por parte de los demócratas, la realidad es que los intereses de las grandes petroleras estadounidenses, unidos con las de grupos financieros poderosos que están invirtiendo en este sector, sumado a los del complejo militar-industrial, que puede hacer de México uno de sus mercados preferidos para la venta de armas las fuerzas armadas y equipos de seguridad para las policías, en caso de que se concrete el famoso “perímetro” que proponen Petraeus y Zoellick, hacen muy difícil preveer que este esquema de integración no vaya a ser adoptado por los gobiernos de los tres países.
En especial si se considera que el gobierno mexicano promovió cambios fundamentales a la Constitución para permitir precisamente está subordinación económica de México a los Estados Unidos, y por la cual Peña Nieto recibió el premio al “estadista del año” de una organización llamada Appeal of Conscience Foundation el 24 de Septiembre del 2014 en Nueva York (justo dos días antes de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa), y que dirige el rabino Arthur Schneier (el discurso de presentación de Peña lo hizo otro judío estadounidense, el ex secretario de Estado Henry Kissinger).
Zoellick ha manifestado que dentro de 20 años él esperaría que los tres países estén plenamente integrados, incluyendo el tema de seguridad, lo que para México significaría participar plenamente en el aventurerismo hegemónico de Washington, como ya lo hace Canadá en las diversas intervenciones militares promovidas por Washington alrededor del mundo, para lo cual el gobierno de Peña Nieto ya dio el primer paso al autorizar la participación de fuerzas armadas mexicanas en operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU, algo que explícitamente los gobiernos mexicanos habían rechazado, para evitar intervenir en guerras y problemas internos en los que México no tiene ningún interés nacional en juego.
Zoellick lo ha manifestado claramente en la propia página del Council on Foreign Relations el 1 de diciembre del 2014, que él desearía que el establecimiento político de Estados Unidos entienda que una base continental más fuerte de Norteamérica es “bueno para la economía y la sociedad de Estados Unidos, y también extenderá la influencia y el papel global de Estados Unidos”.
Es claro entonces que México y Canadá quedan sólo como “addendums” del poder estadounidense; sirven para reforzar al hegemón en su lucha por evitar que China y Rusia, especialmente, aumenten su poder y su status como grandes potencias.
México y Canadá son así peones en el juego de poder mundial y su soberanía queda atada a los intereses estratégicos del imperio Anglo Sionista que demuestra una vez más que está en una abierta confrontación con Beijing y Moscú, y utilizará los recursos naturales, humanos, financieros y productivos de cualquier país, sin importar las consecuencias, para prevalecer en esta confrontación.
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