Fuente: Mision Verdad
El juez Moro aceptó ser Ministro de Justicia de Bolsonaro y queda a un paso de ser magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Creador del Lava Jato, Moro es el primer juez transnacional de América Latina capaz de ciudadanizar la “lucha contra la corrupción”.
Aunque el hecho escandalizó hasta a los editores de The Economist, que gracias a su nombramiento calificaron de acto político al encarcelamiento de Lula, el hecho no sorprende a nadie por la evidente parcialidad de Moro en el último tiempo.
Entre las más sonadas, se recuerda la filtración de la conversación entre Dilma Rousseff y Lula Da Silva cuando éste último acababa de ser nombrado jefe de Gabinete de la ex presidenta, o la reciente filtración ilegal de la delación de un ex ministro de Lula para influir en las presidenciales una semana antes de que ocurrieran.
También se sabe en boca del futuro vicepresidente, el general Hamilton Mourao, que Moro fue contactado para ser Ministro de Justicia de Bolsonaro antes de las elecciones.
Así, es el segundo ministro más importante de Bolsonaro, y tendrá a su cargo a las fuerzas de seguridad, más las oficinas judiciales, para hacer respetar decisiones impopulares de su administración, e incluso la persecución contra quienes el gobierno tilde de terroristas, como sucede con el Movimiento Sin Tierras según las declaraciones del ex capitán.
¿Dónde empezó Sergio Moro?
La trayectoria de Moro permite apreciar su derrotero para divisar su punto de llegada. Formado en la Universidad de Maringa, tres años después de graduado tomó clases en 1997 en un programa especial de lucha contra la corrupción de la Escuela de Leyes de Harvard. Según el abogado Carlos Zuculotto, una de sus personas más cercanas, “admira el rigor y la eficiencia de la justicia estadounidense”.
Con esta formación, intervino como juez en el caso de los sobornos de Banestado, y como auxiliar de la investigación por el Mensalão, un esquema de sobornos para votar leyes clave del Partido de los Trabajadores. En el medio de estos procesos, siete años antes de asumir el liderazgo del Lava Jato, recibió un curso para “potenciales líderes” del Departamento de Estado en 2007.
Si las investigaciones del Mensalão terminaron por desarticular la política del PT para colonizar el sistema político brasilero, e incluso culminaron con la condena a su número dos, José Dierceu, la operación Lava Jato fue la bomba que terminó por implosionar las relaciones de poder adentro de Brasil, como ampliamente hemos dicho en esta tribuna.
Desde su juzgado en Curitiba, Moro lanzó su investigación, basado en el caso Manos Limpias de Brasil, con base a filtraciones a la prensa y detenciones preventivas. Según Ives Gandra Martins de la Universidad de San Pablo, el proceso se basó en el “empleo de torturas mentales para que los sospechosos llegasen a un acuerdo de delación premiada”.
Incluso, el Tribunal Federal de Porto Alegre (TF4), que ratificó todas sus condenas, afirmó que “la operación Lava Jato no debía seguir las leyes del país por ser excepcional”. En ese marco, la operación funcionó con sus propias reglas y sus propios tribunales de excepción, dado que una vez que las informaciones salían a la prensa, fiscales y jueces tenían ya dictadas las condenas.
Sus conexiones geopolíticas y su carácter transnacional
Por esta tarea, Sergio Moro entre 2014 y 2018 dio conferencias en Washington en el Consejo de las Américas, fundado por David Rockefeller para ser su centro de pensamiento para América Latina, y en The Wilson Center, donde fue presentado por el ex embajador de Estados Unidos en Brasil, Anthony Harrington.
Además fue premiado por la revista Time como el hombre del año, y la Cámara de Comercio de Estados Unidos-Brasil por su labor frente al Lava Jato, que fue reconocida como el modelo a seguir en la lucha contra la corrupción en el mundo.
En unas de esas conferencias a favor del Lava Jato, Kenneth Blanco del Departamento de Justicia reconoció la colaboración de Estados Unidos con el Lava Jato. Incluso, Blanco afirmó que con la condena a Lula, Brasil va a la “vanguardia de la lucha contra la corrupción”.
En ese sentido, la estrategia 2018-2022 de la Agencia para el Desarrollo Internacional del Departamento de Estado sostiene que debe lucharse contra la “corrupción que genera desventajas para las empresas estadounidenses”. Según este enfoque, se debe “iluminar la corrupción para que el público controle a sus gobiernos”.
El Lava Jato fue eficaz en este objetivo porque Moro transnacionalizó la investigación contra Odebrecht, Embraer, JBS y Petrobras, entre otras. Algunas de ellas incluso debieron vender parte de sus acciones para dejar de ser investigadas en Estados Unidos después de una serie de acuerdos.
Así facilitó la intervención de las transnacionales de Brasil, de los partidos políticos financiados por éstas, y por último creó las condiciones para el movimiento anticorrupción que llevó a Jair Bolsonaro a la presidencia, dado que centró como el enemigo, derribar a los políticos y empresarios corruptos identificados con el proyecto de Brasil potencia.
Este modelo que le da a la corrupción una dimensión moral, por ende despolitizada y desconectada de intereses estadounidenses, intenta ser replicado en toda América Latina luego de su rotundo éxito para reorganizar las relaciones de poder en Brasil.
¿Un nuevo gendarme regional anticorrupción o futuro presidente de Brasil?
Muchos especulan de que Moro pueda ser la figura de recambio presidencial de Bolsonaro para el periodo posterior a su presidencia entre 2022-2026, sin embargo, para efectos prácticos su nombramiento lo pone como miembro de un gobierno hegemonizado por las tres B: la Biblia, la bala y el buey, en refencia a los sectores evangélicos, militares y agroindustriales que apoyan a Bolsonaro.
En esta tónica, Moro se convierte finalmente en el gran protector del plan de shock neoliberal, propuesto por el futuro Ministro de Hacienda, Paulo Guedes, quien pretende sentar las bases de la economía brasileña a través de la privatización de empresas estatales, una impopular reforma de pensiones y un ajuste de los gastos del Estado.
Traslando las analogías, si Bolsonaro es el Pinochet de las reformas de un Chicago Boy reconocido por su labor en transformar a Chile en el modelo neoliberal, Sergio Moro vendría a ser el jefe de sus servicios de inteligencia, sus funcionarios policiales y judiciales, su guardiacárceles para ser más exacto.
Pero si a eso le sumamos una mirada regional, sin irnos muy lejos, el ex juez Moro vendría a ser el jefe del Plan Cóndor judicial que en este momento persigue a políticos y empresarios corruptos que afectan los intereses de Estados Unidos. Entre sus funciones, por eso, seguramente está movilizar la agenda anticorrupción, promovida por Estados Unidos en la OEA y la Cumbre de las Américas, para que otros países se sumen a esta cruzada a través de reformas judiciales y la adopción de acuerdos internacionales destinados a transnacionalizar asuntos de política interna como son los casos de sobornos.
Moro, junto con Bolsonaro, cierra un círculo virtuoso de la Escuela de Leyes de Harvard, pasando por el Departamento de Estado y su juzgado de Curitiba, para culminar finalmente como el gran gendarme judicial de Estados Unidos en América Latina.
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