SP — LARRY ROMANOFF — La infiltración americana en el Xinjiang de China — 24 de Septiembre de 2020


Rápidamente experimentamos un asombroso cambio en el clima de la empresa, nuestro antes feliz lugar de trabajo empezó a estar impregnado de amargura, resentimiento y rabia, sin ninguna razón aparente. El personal pronto votó para formar un sindicato, y en un par de semanas votó para iniciar una huelga. Nunca había visto una transformación tan rápida. Toda la tienda había pasado de un ambiente laboral casi ideal a uno lleno de amargura y odio, y sin causa aparente. Fue tan malo que un fin de semana algunos de los empleados cortaron las líneas eléctricas del supermercado durante la noche para que todos los alimentos congelados y perecederos tuvieran que ser desechados el lunes por la mañana. Muchos de los enormes ventanales de dos pisos de altura fueron destrozados durante la noche.

La huelga fue finalmente resuelta, con el personal obteniendo un aumento salarial del 5%, pero el daño fue permanente. El ambiente era tan tóxico que todo el personal se fue tal vez en un mes, incluyendo a toda la dirección. Nadie estaba dispuesto a permanecer en ese ambiente tóxico.

Siempre me arrepentí de no haber asistido a esas reuniones con ese organizador sindical, porque hubiera querido entender las palabras y los métodos que usó para crear tal transformación. Finalmente comprendí que es sumamente fácil crear rencor y conflictos incluso entre buenos amigos. Parece que no hay problema en encontrar uno o dos individuos que puedan convertirse en gruñones descontentos y que a su vez infecten a todos los que les rodean; sólo hay que saber qué botones pulsar.

Los americanos son expertos de renombre en este proceso, usándolo no para instalar sindicatos y causar conflictos laborales, sino para instigar la inestabilidad política y provocar revoluciones. Como con sus docenas o más de “revoluciones de color”, esto es lo que pasó en Hong Kong en el pasado reciente, y también en Xinjiang. En Hong Kong, el Departamento de Estado de EE.UU., a través del consulado americano, organizó y financió a docenas de ONG, importó a profesionales alborotadores, llevó a cabo una larga serie de “seminarios” sedicionistas y convirtió una ciudad feliz en un semillero de amargura, resentimiento y rabia que condujo a casi un año de una violencia casi increíble. La “mano negra” americana ha sido tan bien documentada, incluyendo el vídeo del personal consular reuniéndose con los terroristas, que no es necesario aportar más pruebas en este caso. En Xinjiang fue lo mismo, con potenciales terroristas siendo entrenados y financiados tanto en casa como en el extranjero.

Muchos lectores recordarán a Timothy McVeigh y el atentado de la ciudad de Oklahoma en 1995, en el que se detonó un camión cargado de explosivos que destruyó gran parte de un edificio del gobierno y mató a casi 200 personas. Mi evaluación de ese suceso me llevó a creer que McVeigh puede haber sido una persona cuerda y racional al principio, pero que en algún momento su mente se torció y se convenció de que el sistema era tan corrupto que la violencia gratuita contra personas inocentes era un método apropiado para expresar oposición. Después declaró que lo que hizo no era diferente de lo que EEUU “precipitaba sobre las cabezas de las personas de todo el mundo todos los días”, y que los americanos “deberían pensar en eso”.

Pero, ¿qué pasaría si tuviéramos un aluvión de Timothy McVeighs, todos ellos psicológicamente corrompidos de la misma manera y poseedores de las mismas simpatías e intenciones; como mínimo muchos miles de ellos, y más probablemente decenas de miles? En Xinjiang, un relativo puñado de los miembros de este grupo cometió crímenes de violencia espantosa, pero teníamos incontables miles más que, siendo realistas, tenían la mentalidad y el potencial para continuar esta serie de eventos violentos.

¿Cómo nos enfrentamos a esto? Sabemos que la mecha está encendida. Sabemos que las emociones están gravemente caldeadas, que las intenciones violentas son reales, que la racionalidad y la razón ya no sirven como fuerzas impulsoras restrictivas. ¿Simplemente esperamos a que las bombas exploten y después cazamos al hombre de las cerillas? Si seguimos por ese camino, la violencia nunca terminará. Siempre nos enfrentaremos a violentos ataques terroristas, asesinatos al azar y a la potencial destrucción de una civilización.

Piensen en Irlanda del Norte hace unas décadas, donde parecía que la mayoría de la población vivía de esta manera, a un lado de la valla o al otro. Recuerdo haber visto una entrevista en la televisión donde una mujer aparentemente refinada e inteligente dijo libremente a un reportero de noticias que mataría a su propio marido si descubría que albergaba simpatías secretas por los británicos. Eso fue hace mucho tiempo, pero Irlanda todavía tiene muchas heridas abiertas, y las tendrá quizás durante una o dos generaciones, y eso salvo que no haya más actos incendiarios o de provocación por parte de cualquiera de los dos bandos. 

Esta es precisamente la situación en la que China se encontró en Xinjiang. Me gustaría señalar aquí que Xinjiang tiene cinco grupos distintos de gente Uigur, cuatro de los cinco son bastante normales, y un quinto está aparentemente predispuesto genéticamente a casi cualquier tipo de crimen y con una seria propensión a la violencia. En Shanghái en años pasados, siempre que veíamos individuos especializados en robar carteras en las estaciones de metro y en los trenes, casi inevitablemente eran Uigures de este único grupo. Y este era el grupo que fue infiltrado por la CIA y sus amigos, y caldeado con las mismas o similares emociones violentas antisistema que en McVeigh, en los irlandeses, y en tantos otros en tantos lugares. Estas personas fueron luego transportadas a varios lugares de Asia y Oriente Medio para ser entrenadas como terroristas, y luego regresaron a casa en Xinjiang para practicar sus nuevas habilidades comerciales sobre una población inocente. 

Podemos omitir detalles aquí porque ya han sido registrados con precisión por muchos otros, pero el primer gran brote de violencia fue asombroso por su vehemencia y su alcance. Varios miles de Uigures simplemente se desbocaron en una violencia sin sentido. Mataron a cientos de policías, bombardearon decenas de edificios, incendiaron cientos de autobuses y decenas de automóviles privados, y mataron libremente a cualquiera que se interpusiera en su camino. Claramente habían sido bien financiados desde el exterior, y se les habían suministrado armas, materiales para la fabricación de bombas e instrucciones de uso, y nada de ello se podía obtener en China.

Una vez que la violencia disminuyó y las autoridades chinas lograron obtener alguna apariencia de control, realizaron barridos*** de interrogatorios y registros en los que descubrieron -y esto lo sé con certeza- varias decenas de miles de lo que podríamos denominar vagamente “manuales de Otpor” americanos, esencialmente con la misma filosofía que los creados por Gene Sharp y Robert Helvey en su Instituto Einstein de la Universidad de Harvard, utilizados en la destrucción planificada de Yugoslavia y de muchos otros países. Pero estos eran profundamente más diabólicos en su contenido, ya que contenían instrucciones detalladas no sólo sobre la desobediencia civil sino también sobre los métodos precisos para infligir violencia terrorista y asesinatos en masa casi al azar.

Las autoridades también descubrieron decenas de miles de DVD, que contenían principalmente propaganda religiosa incendiaria y provocaciones “antichinas”, así como enormes alijos de armas y explosivos en varios lugares a ambos lados de la frontera de Xinjiang. Esto pasó en Irlanda del Norte, en Spades, y no es muy distinto de lo que ha ocurrido recientemente en Hong Kong, donde los radicales de una universidad (de nuevo siguiendo claramente los manuales de instrucciones) asaltaron los laboratorios de química para obtener componentes para la fabricación de bombas y donde la policía descubrió un alijo de más de 4.000 bombas de gasolina listas para su uso.

Una vez más, ¿cómo nos enfrentamos a esto? Sabemos que tenemos varias decenas de miles de potenciales Timothy McVeighs con mentes tan retorcidas como la suya, y que poseen la misma propensión alarmante a los actos de violencia a gran escala.

El gobierno chino parece haber visto la situación con mucha claridad, poseyendo una documentación completa de las causas y las fuentes de los disturbios, y con una adecuada percepción y apreciación de las consecuencias futuras. Su solución, hecha en silencio, consistió en la decisión de eliminar permanentemente esta amenaza (ahora interna de China) cerrando todas las vías de instigación externa e iniciando un programa de organización social masivo para erradicar los problemas actuales y evitar que se repitan. No se trataba simplemente de destruir armas, manuales y DVDs y de aumentar la presencia y la vigilancia policial, sino de erradicar completamente la enfermedad vacunando a la población de los Uigures del Xinjiang contra la propaganda terrorista extranjera (y, se espera, contra los americanos).

Tampoco se trataba de realizar interrogatorios y encarcelar a muchos miles de personas basándose únicamente en la sospecha de sus intenciones de violencia. Este era un programa mucho más restringido y exigente que parecía seguir el molde confuciano. El esfuerzo era triple: primero, iluminar a la población Uigur a través de la información y la educación sobre las fuentes, los métodos y los propósitos del adoctrinamiento inspirado por los Estados Unidos y basado en la violencia que habían recibido, y así eliminar sus efectos. En segundo lugar, emprender un esfuerzo masivo para enseñar habilidades vocacionales y de otro tipo como medio para reorientar la energía psíquica acumulada hacia propósitos tanto personalmente útiles como socialmente beneficiosos.

Y en tercer lugar, impartir la enseñanza del lenguaje en chino mandarín para ayudar a eliminar el aislamiento natural de los Uigures que no hablaban chino con fluidez y que de hecho no podían hablar el idioma principal de su propio país. Los medios de comunicación occidentales se abalanzaron sobre este último punto, llamándolo “genocidio cultural” cuando por supuesto no es tal cosa. Si un americano aprende a hablar español, ¿de qué manera se califica eso como genocidio cultural? Una persona está simplemente aprendiendo un segundo idioma. El primer idioma -el inglés- no desaparece, ni podría hacerlo. Nada se destruye, sino que se gana algo adicional.

Para facilitar estos esfuerzos, se construyeron emplazamientos a gran escala como viviendas temporales e instituciones educativas. No se trata de prisiones ni de campos de concentración en ningún sentido como los medios de comunicación occidentales son tan aficionados a describir, sino simplemente de instalaciones necesarias para llevar a cabo las tareas en cuestión. La gente va y viene, recibiendo información e instrucción en varios momentos y en diversa medida según sea necesario.

El programa ha sido un éxito extraordinario. Durante años no ha habido más violencia en Xinjiang. No hay una fuerza policial o militar abrumadora vigilando la provincia, con una vida tan normal como sea posible en tales circunstancias. Debo señalar que los viajes de los extranjeros a Xinjiang siguen restringidos por ahora y deben hacerse con permiso del gobierno. Las necesidades son diversas y deben estar claras para cualquier persona pensante. Por todo lo que sé, el gobierno chino ha exhibido una sabiduría confuciana casi extrema en su trato con esta masiva intervención extranjera, y veo poco que pueda fallar.

El gobierno chino ha invitado a representantes de todo el mundo a venir a Xinjiang para ver de primera mano estos llamados “campos”, y para conocer todo el alcance y los detalles del esfuerzo para erradicar el terrorismo iniciado por extranjeros en suelo chino. Es interesante que los 60 ó 70 países que asistieron a estas extensas sesiones informativas fueran aquellos que ya se habían familiarizado íntimamente con el estilo americano de democracia a través del terrorismo o que temían estar en su lista de candidatos. Que yo sepa, ninguna nación occidental aceptó estas invitaciones, prefiriendo en cambio enviar a sus supuestos reporteros en misiones ocultas a Xinjiang, evitando tanto a las autoridades como a las leyes chinas, en un intento de buscar gruñones descontentos para reforzar su victoria propagandística de que China encarcela a “millones de Uigures” en brutales campos de concentración.

Diría además que estoy asombrado por la ignorancia y el silencio de las poblaciones occidentales que deben conocer o al menos sospechar fuertemente de la mano negra americana que hay detrás de los disturbios en Xinjiang, Tíbet y Hong Kong, todo ello como parte de un plan americano (occidental) a largo plazo de la seria determinación por parte de un relativo puñado de personas de destruir a China por cualquier medio. Estos programas de terrorismo y violencia tan cuidadosamente planeados no son eventos aislados, sino parte de algo mucho más grande que incluye el enorme brote de violencia similar en el Tíbet en 2008 (el regalo de Estados Unidos a China para las Olimpiadas), otros brotes de violencia en las zonas étnicas de las provincias chinas de Yunnan y Sichuan, la explosión de un automóvil en la Plaza de Tiananmen hace varios años, y mucho más desde por lo menos la década de 1980.

Esto también incluye la guerra comercial de Trump, el ataque a Huawei y el encarcelamiento de Meng, las intrusiones en los mares del sur de China, el llamado Eje hacia Asia de América y su programa “Punto Azul” que pronto será abortado. La razón, aparte del daño obvio a la civilización china, es que si China debe gastar toda su energía y su tiempo en el terrorismo interno, las amenazas militares externas y las alteraciones económicas extranjeras, no tendrá tiempo para construir más ferrocarriles de alta velocidad o para ampliar su iniciativa de Circunvalación y Carreteras. 

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Larry Romanoff es consultor de gestión y empresario jubilado. Ha ocupado cargos ejecutivos de alto nivel en empresas de consultoría internacionales y ha sido propietario de un negocio de importación y exportación internacional. Ha sido profesor visitante en la Universidad Fudan de Shanghái, presentando estudios de casos en asuntos internacionales a las clases superiores del EMBA. El Sr. Romanoff vive en Shanghái y actualmente está escribiendo una serie de diez libros relacionados generalmente con China y Occidente. Se puede contactar con él en 2186604556@qq.com

Larry Romanoff es uno de los autores que contribuyen en la nueva antología COVID-19 de Cynthia McKinney, “Cuando China estornuda”. 

Copyright © Larry RomanoffMoon of Shanghai, 2020

      Traducción: AIX

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