por Finian Cunningham, en Sputnik. Traducción de Leonardo Del Grosso
Fue agradable ver a Donald Trump y Vladimir Putin saludarse cordialmente en la cumbre del G-20. Después de su primer contundente encuentro, uno espera que los dos líderes tengan una base personal para la cooperación futura.
En una conferencia de prensa posterior en Hambrugo, donde se celebró la cumbre del G-20, el presidente ruso, Vladímir Putin, dijo que creía que había una oportunidad para restaurar las hoy muy deterioradas relaciones entre los Estados Unidos y Rusia. Putin elogió a Trump por ser reflexivo y racional. “El Trump de la TV es muy diferente del de la vida real”, bromeó Putin.
Mientras tanto, la Casa Blanca emitió una declaración elogiando la discusión de dos horas (cuatro veces más que lo agendado originalmente) entre los dos líderes como un bueno comienzo para trabajar juntos en los principales problemas del mundo.
“No se resolvieron problemas. Nadie esperaba que se resolvieran problemas en esa reunión. Pero fue un comienzo de un diálogo sobre algunos problemas difíciles que vamos a comenzar ahora a trabajar juntos”, dijo H.R. McMaster, principal asesor de seguridad nacional de Trump.
Trump merece crédito por la forma en que se condujo. Conoció a Putin en iguales términos y con respeto. “Es un honor conocerte”, dijo el presidente estadounidense mientras ofrecía un apretón de manos.
El muy esperado encuentro se produce casi siete meses después que Trump fue inaugurado en la Casa Blanca. Durante ese período, grandes sectores de los medios de comunicación estadounidenses han llevado a cabo una implacable campaña acusando a Trump de ser un secuaz de los rusos y alegando que Putin ordenó una operación de interferencia en las elecciones del año pasado para beneficiar a Trump.
Aparte de la insinuación y las anónimas afirmaciones de inteligencia de EE.UU., recicladas sin cesar a través de obedientes organizaciones de noticias, no hay evidencia de colusión entre Trump y Rusia o hackeo cibernético ordenado por Putin. Trump ha desestimado las acusaciones como “noticias falsas”, mientras que Moscú ha rechazado consistentemente los alegatos como rusofobia sin fundamento.
Contra este fondo tóxico de propaganda antirusa, el Presidente Trump se reunió con Putin el fin de semana. Los dos hombres debían hablar cara a cara durante 30 minutos. Como resultó, sus discusiones duraron dos horas. Ellos informaron que intercambiaron puntos de vista sobre cuestiones apremiantes de Siria, Ucrania y Corea del Norte, entre otras cosas. Trump planteó la cuestión de la presunta intromisión de Rusia en las elecciones estadounidenses, y Putin respondió en detalle para asegurar a su contraparte estadounidense que era un revuelo fabricado con el que Rusia no tenía nada que ver.
Sólo días antes de la gran reunión, los editorialistas y expertos de los medios de comunicación de EE.UU. advirtieron a Trump sobre enfrentar a Putin de una manera agresiva. El Washington Post, una de las principales voces contra Rusia, exhortó a Trump a criticar a Putin por “intromisión en las elecciones estadounidenses” como si la acusación fuera un hecho probado. También instó al presidente a notificar a Putin que Rusia debía acceder al cambio de régimen en Siria. Fue un pedido difícil.
Para su crédito, Trump no permitió que la rusofobia en los medios de comunicación estadounidenses influyera su manera con Putin. Fue cordial, respetuoso y abierto a escuchar el punto de vista ruso sobre una variedad de temas. Tanto es así que parece que ambos líderes han acordado trabajar juntos en el futuro.
La pregunta ahora es: ¿qué sigue? Trump y Putin evidentemente han tenido un buen comienzo a pesar de la demora excesiva y el fondo tóxico. Pero, ¿qué significa en la práctica la voluntad de Trump de comprometerse positivamente con Moscú?
El Estado Profundo de Estados Unidos, que comprende el nexo de inteligencia militar y su máquina política y de medios de comunicación en Washington, no quiere normalizar las relaciones con Rusia. Bajo el gobierno de Putin, la independencia de Rusia como un poderoso estado extranjero es un problema que molesta las ambiciones globales de Estados Unidos. Es por eso que el Estado Profundo quería que el halcón anti-Rusia, Hillary Clinton, ganara las elecciones. La victoria de Trump trastornó sus cálculos.
Bajo una inmensa presión, Trump por momentos parece ceder ante el establishment político de Estados Unidos con respecto a proyectar hostilidad contra Rusia, como se ve en la continuación de la guerra encubierta en Siria y las sanciones renovadas contra Moscú.
El día antes de reunirse con Putin en Alemania, Trump se encontraba en Polonia donde pronunció un discurso tormentoso en Varsovia en el que acusó a Rusia de “desestabilizar países”, entre otros temas. El presidente estadounidense también infirió que Rusia estaba socavando la “civilización occidental”. Fue un discurso provocativo bordeando con la trillada rusofobia. No fue un buen presagio para su inminente reunión con Putin. Parecía que se avecinaba un choque, tal como habían estado engatusando los medios de comunicación estadounidenses.
Sin embargo, la reunión del día siguiente con Putin fue sorprendentemente agradable. Y la sustancia de las discusiones indica un deseo genuino de ambas partes de cooperar.
Es bueno que ambos presidentes hayan logrado una compenetración y comprensión personal. Sin embargo, es importante no depositar demasiado en eso.
Inmediatamente después del encuentro constructivo entre los líderes, los medios de comunicación estadounidenses empezaron a impulsar de nuevo la rusofobia. Los medios de comunicación de los Estados Unidos son ventiladores para la hostilidad del Estado Profundo hacia Trump y su agenda para normalizar las relaciones con Moscú.
El New York Times publicó otra intensa historia sobre la campaña electoral de Trump teniendo contacto con gente “conectada al Kremlin”. CNN puso al aire notas de opinión sobre cómo el presidente había caído en una trampa tendida por Putin.
Es difícil de soportar esta confabulación extravagante que pasa por el periodismo. Y es asombroso que una reunión amistosa entre líderes de potencias nucleares no deba ser recibida como un buen progreso.
Pero demuestra que Trump está en contra de poderosas fuerzas profundas dentro del establishment estadounidense, que no quieren una normalización con Rusia. Para su existencia, el estado profundo de los Estados Unidos depende de la confrontación, la guerra y el militarismo sin fin. También quiere un mundo poblado por vasallos sobre los cuales las corporaciones estadounidenses tienen soberanía. Una Rusia independiente, o China o cualquier otra potencia extranjera, no puede ser tolerada porque eso trastoca las ambiciones estadounidenses para la hegemonía unipolar.
El encuentro de Trump con Putin fue encomiable porque no sucumbió a la tóxica rusofobia ni adoptó una estúpida y absurda actitud de tipo duro. En su lugar, Trump fue hacia Putin de una manera genuina, como dos seres humanos deben hacer.
El estado profundo de los Estados Unidos no consiste en humanidad o comprensión. Se trata de mantener el predominio percibido sobre otros seres humanos, donde cualquier persona considerada como un obstáculo es eliminada de la manera más despiadada.
El Presidente John F Kennedy fue asesinado a plena luz del día por el estado profundo de los Estados Unidos porque se atrevió a buscar una normalización y una coexistencia pacífica con Moscú. El Estado Profundo no quiere la normalización o la paz con Rusia o cualquier otro, porque hay demasiados intereses lucrativos creados en mantener la máquina de guerra que es el capitalismo estadounidense.
Esto no es para predecir una violenta desaparición de Trump. El estado profundo tiene otros métodos, como la orquestación de los medios de comunicación y otros sucios trucos.
Las amistosas aportaciones de Trump a Rusia son al menos una señal prometedora. Pero dada la estructura de poder de los Estados Unidos y su beligerancia incorregible, es dudoso que se permita a Trump ir más allá de las promesas. Si lo intenta, podemos esperar que las fuerzas oscuras intensifiquen su accionar.
Lo que hay que cambiar es la estructura de poder estadounidense a través de una revuelta democrática. Hasta que eso suceda, cualquier presidente en la Casa Blanca es simplemente un rehén de las fuerzas oscuras del estado profundo.
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